En sentido metafórico, el nacimiento suele cotejarse con el inicio de un viaje. En este sentido, Dalvinder Singh Japal comenzó el suyo en 1964, en Bhanoki, Punjab, en la antiquísima India.
Dalvinder vino a este mundo dotado de un espíritu bohemio, que lo impulsó a iniciar otro viaje, en sentido literal, alrededor del mundo. Ni la más exuberante imaginación habría pronosticado que éste terminaría, abruptamente, en una lóbrega mazmorra en la lejana Cuba.
Primero fue una sensación inconfesada, que después de pasar por un deseo latente, se convirtió en una necesidad compulsiva, hasta que la oficina pública de Jalandar le extendiera el pasaporte V023279. Luego de esto, emprender el viaje fue su inaplazable obsesión.
Kuwait fue el primer territorio extranjero que conoció la inquieta planta de Dalvinder, pero sólo en tránsito hacia Egipto. Este histórico rincón presenció su deambular durante tres meses, siendo Sudan su siguiente punto de destino. La pretensión de un visado a Siria le impuso el regreso provisional a Egipto, pero Damasco no estaba destinado a frenar su desplazamiento inercial. Tampoco la fresca sombra del cedro libanes satisfaría su sed de mundo, y la tierra de Kafka, sin percatarse, vio pasar la inasible figura del joven indio. Persiguiendo la puesta del sol se adentró en los dominios germanos, hasta que la Galia cobijó furtivamente su trashumante silueta. Una creciente sed de distancias le compulsó la travesía oceánica, y Bolivia, saturada de indios, no resintió la presencia de otro no autóctono.
Parecía apagado el fuego escurridizo, pero una isla propagandizada como de ensueño avivó los rescoldos de su atenuado espíritu errabundo, y la tierra de Martí, convertida provisionalmente en la finca Gran Birán, -propiedad de los hermanos Castro- terminó convertida en su destino último.
Según su historia, las autoridades cubanas creyeron –o fingieron creer- un oscuro melodrama sobre un hecho de corrupción de menores, ante lo cual Dalvinder y sus compañeros no se inquietaron en lo más mínimo, ignorantes de la total arbitrariedad con que actúa nuestra maquinaria judicial.
De haber sabido que Dayan Díaz y Jaiminy Castillo habían sido sancionados a 12 años de prisión, a pesar de haber quedado probada su inocencia durante la farsa judicial, Dalvinder no habría venido a Cuba. De haber sabido que Carlos Denis fue condenado a 5 años de prisión, acusado de un delito que ni siquiera ocurrió, habría evitado a La Habana como destino. Si hubiera imaginado que a Yamil Domínguez le impondrían 10 años por un inexistente Tráfico de Personas, ni de visita lo habríamos tenido por acá.
El recurso de Procedimiento Especial de Revisión interpuesto, fue denegado por la Fiscal Provincial de Ciudad Habana, Licenciada Yamila Peña Ojeda, funcionaria que tiene como propósito encubrir los atropellos y violaciones que a diario comete el sometido aparato judicial cubano.
Cuando los tribunales cubanos recobren su credibilidad, su independencia y su moralidad, Dalvinder Singh Japal y otros miles de personas tendrán un proceso justo, en el que sus garantías serán respetadas, y los actuales detentadores del poder pagarán en la cárcel sus incontables tropelías contra los Derechos Humanos.
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