8/20/2008

Viaje a la isla profunda

Después que el propio gobierno provocó el ausentismo rural, ahora el campo le pasa factura a la ciudad.

Alberto Méndez Castelló, Las Tunas | 20/08/2008 / CubaEncuentro

'Llega y pon': Un asentamiento marginal en el Diezmero, La Habana. (DARSY FERRER)

'Llega y pon': Un asentamiento marginal en el Diezmero, La Habana. (DARSY FERRER)

La Habana, Hotel Habana Libre, 574 habitaciones, 534 dobles, 37 pequeñas suites, 2 suites, una suite presidencial, teléfono interno local, nacional e internacional, internet, gastronomía, ocio, deportes, banco financiero internacional, calle L, entre 23 y 25, cinco estrellas, Vedado.

Quince minutos al suroeste de la capital, hojas de lata oxidada, pedazos de cartón carcomidos, tablones de embalajes, planchas onduladas ahuecadas, desechos de basurero, una villa miseria llamada con eufemismo "llega y pon", el barrio de los asombros, según los reporteros del diario oficial Juventud Rebelde.

Nada hay asombroso en este barrio marginal de San Miguel del Padrón, uno de los 46 dispersos en los 15 municipios de la capital, habitados por gente llegada de los más diversos lugares del país. A más de 700 kilómetros, en Puerto Padre, están los sin tierra y es igual que allí, el campo abandonado invadiendo la ciudad.

CUBAENCUENTRO.com fue rodando hacia el oriente de la Isla en sentido contrario a la oleada migratoria, convertida en "ilegal" en 1997, cuando el Consejo de Ministros aprobó el decreto 217, que transforma en ilegales a los cubanos en su propio país.

La Dársena y Santa Marta, dos poblados a las puertas de Varadero, son híbridos de pobreza e incipiente prosperidad. Viven allí cientos de "palestinos", como llaman en la zona occidental a los advenedizos orientales.

Santiesteban es un hombre trigueño, jovial, cincuentón; conduce un microbús de turismo. "Soy de Oriente, de Guavineyón, tierra de indígenas, pero si el cacique Maniabo resucita y ve aquello, le da un patatús", dice.

Santiesteban refiere que su papá y sus hermanos trabajaban en colonias cañeras. Una, propiedad de Raúl Queral, suegro de Jorge Bolaños, actual viceministro de Relaciones Exteriores y máximo diplomático cubano en Washington. La otra, de Balbino Pérez, condiscípulo de Fidel Castro en el Colegio Dolores de Santiago de Cuba.

Otro conductor que hacía repostar su microbús, intervino para decir que Dagoberto Rodríguez, ex jefe de la Sección de Intereses de Cuba en Washington y actual vicecanciller, también era nativo de aquella campiña, exactamente de un barrio campesino próximo al central azucarero Chaparra. Pero duda que Rodríguez pueda recordar su pueblo, aquello es pura chatarra. Según Santiesteban, él y su familia vinieron para Varadero porque la vida en el campo era "insostenible".

Guavineyón era un macizo de cañaverales surcado por ramales de vías férreas. Junto al ferrocarril, se asentaban decenas de bateyes, la aldea típica de lo que fuera el campo cubano. No faltaban en esos asentamientos comercios, talleres, albergues para los temporeros y escuelas. Huber Matos fue maestro en la escuela pública de Pozo Prieto, cerca de la grúa cañera de Guavineyón 9. Pero de eso ya no queda nada: no son ni pueblos muertos, sencillamente no existen, sólo queda algún que otro cimiento.

"En Cuba, para saber cómo funcionaba una colonia cañera, hay que ir a Birán", dice Pérez, refiriéndose al cortijo transformado en museo para perpetuar la memoria de la familia Castro Ruz.

"¿Usted cree que Bolaños podrá reconocer la pradera por donde quizás un día paseó con su esposa?", preguntamos a Revé, el viejo vaquero que fuera vecino de Queral. "Mire, esa pradera no puede reconocerla ni Bolaños ni nadie, porque antes era una finca y ahora es un matorral", responde el vaquero.

En lugar de realizar una verdadera reforma agraria y multiplicar los propietarios rurales, el gobierno castrista se convirtió en un Estado latifundista que no sólo eliminó la propiedad privada sino también la cultura agraria, según un alto funcionario del Ministerio de Economía y Planificación.

El día que en Cuba se logre la infraestructura de producción alimentaria, la gran preocupación no serán los recursos materiales y tecnológicos, sino los recursos humanos. La inquietud del funcionario es justificada. Si los encargados de representar a la Isla en el mundo son incapaces de identificar sus raíces, cómo decirles a los habitantes de las piedras que busquen el camino de Santiago.

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