10/18/2007
Cuba: del paradigma al caos
Jorge Olivera Castillo, Sindical Press
LA HABANA, octubre (www.cubanet.org) - “La revolución cubana murió
joven. Se violaron demasiados conceptos a partir de la imposición de una
voluntad de poder que definitivamente atrofió todas las vías racionales
para alcanzar un gobierno moderno, eficiente y sostenible”.
El chofer hablaba con soltura. Era más que un análisis arrancado a la
espontaneidad, el desahogo de alguien que estuvo en un alto puesto de
dirección dentro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias. Junto a la
serenidad de su intervención, sobresalía el disgusto en cada frase
contestataria. Preferí, en los primeros instantes, el silencio.
Las circunstancias me convertían en el testigo de una herejía. Un
revolucionario que desbarraba de su antigua militancia. Un hombre al borde
de la ancianidad describiendo sus desencantos y sus tragedias con las
manos sobre el timón del auto marca Lada, obtenido como gratificación a
sus desempeños militares.
Podía, sin mucho esfuerzo, divisar las arrugas y acceder al territorio
de sus angustias, despachadas a media voz. Viajaba en el asiento
lateral, a escasos centímetros de donde exhibía unas inmejorables dotes para
la conducción.
“Tuve que callar mis discrepancias. Haberle dado curso a lo que
realmente sentía, hubiese sido una catástrofe para mi familia. La vida está
llena de complejidades y te confieso que aunque no creía en toda esta
farsa, no pude salirme del juego”. Las últimas sílabas se fundieron con un
breve gesto de incomodidad que transitó, sin escalas, a la
resignación.
El ex–militar combinaba el análisis de fondo con el criollismo. Nada de
falsas retóricas, ni alardes académicos. Expresaba sus puntos de vista
con amenidad y sin establecer pautas para el convencimiento. Era el
testimonio de un hombre consumido por las contradicciones de pensar de
un modo y hablar de otro durante gran parte de su vida.
Dentro de su automóvil, jubilado del ejército e inmerso en una
conversación casi reducida al monólogo, se curaba las heridas del alma.
Exponía, comparaba, diseñaba un socialismo democrático, descubría sus penas
presentes y pretéritas, y también dejaba algún espacio para las
conquistas personales. “Quiero vivir decentemente, sin tener que delinquir. No
tengo licencia para transportar personas, pero tengo que arriesgarme.
¿Qué lógica sustenta tantas restricciones y prohibiciones?”.
El tono cobró otros matices. La compostura sostenida en el transcurso
del viaje quiso resquebrajarse. Sin esperarlo, del asiento trasero llegó
una respuesta que abrió nuevos cauces al tema y amplió el margen de
confianza entre la reducida congregación.
“Mira, lo que le han hecho a este país no tiene perdón de Dios. Lo peor
es que siguen ahí fomentando el caos. No tienen escrúpulos, ni moral,
ni una razón justificada para sostener una dictadura inoperante”.
El interlocutor que introducía más leña al fuego de la crítica dijo ser
un ingeniero agrónomo procedente del oriente del país. “Vine para La
Habana a “luchar” los pesos. Allá la miseria y la represión son más
crudas.
-Todo es una ficción, una mentira -agregó dirigiéndose al chofer.
Fue suficiente para extender el debate. El intercambio de experiencias
y desgracias creció en espiral. Los cinco presentes hablamos con
diafanidad y respeto. Puse en el éter el ambiente de corrupción y
marginalidad que se desató en un barrio aledaño al que vivo, a partir del cambio
masivo de refrigeradores de moderna tecnología por equipos viejos.
Transacciones fraudulentas, enconadas disputas por la medida que sólo
favorece a los propietarios de aparatos que se encuentren funcionando,
hecho que niega el carácter humanista de la disposición al relegar del
reparto a los sectores más empobrecidos que llevan años sin
refrigerador. Además, recordé que aparte de la obligación de entregar el equipo
viejo en plena capacidad de explotación, el otro hay que pagarlo a precios
de oro de acuerdo a las bajas tasas salariales existentes.
“Conozco casos de personas que pagaron por la izquierda a los
trabajadores sociales para obtener más de un refrigerador”, dije en consonancia
con investigaciones realizadas al respecto.
“Esos muchachos hacen lo que en Cuba se ha hecho habitual. Dijeron que
eran ejemplos de consagración, joyas de las nuevas generaciones de
revolucionarios. En la práctica son tan propensos a la corrupción como
cualquier cubano”, alegó una de las mujeres que compartía el asiento con el
que se identificó como ingeniero, en relación a los llamados
trabajadores sociales.
“Si de algo estoy convencido es que el impulso se perdió en 1968. Ese
fue el año en que comenzó el desastre. La centralización, el divorcio
entre las propuestas realistas y las ilusiones derivadas del mesianismo.
Se sembraron vientos y aún tenemos tempestades”, concluyó el chofer
minutos antes de llegar a mi destino. Por el camino recordaba esta última
sentencia llena de exactitud y muy ilustrativa de la situación.
Una pregunta hizo nido en mi conciencia. ¿Acaso no tenemos derecho a
los amaneceres? Sé que es posible una nueva república. Un país más
coherente y racional. Una nación donde las tormentas den las coordenadas del
alba. Quizás estemos en el umbral de la luz, aunque parezca que las
sombras del continuismo son eternas.
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