LA HABANA, Cuba, mayo (www.cubanet.org
No es que esperemos mucho de tales gobiernos, ni de otros, en estos tiempos en que ser solidario no consiste en aplicar llanamente la solidaridad, sino en aplicarla como objeto de trueque, según su valor de uso para componendas ideológicas.
Pero sería de ley esperar que ciertos gobernantes mostraran una pizca de condolencia ante el sufrimiento del cubano corriente. Si no lo hacen atendiendo el compromiso formal y aun legal que cada uno de ellos contrajo en materia de respeto a los valores de la democracia, al menos que lo hagan por lo que cabe esperar de su conducta en tanto personas elementalmente honradas y sensibles.
De lo que se trata no es que apoyen embargos, ni de que corten canales para la comunicación y el entendimiento entre países vecinos. Menos todavía que renuncien al inútil propósito de reconciliar a la OEA con la tiranía cubana, que no es lo mismo que Cuba, aunque suela usurpar este nombre en su provecho.
Lo sano, mucho más para ellos que para nosotros, sería que estos gobiernos latinoamericanos empezaran por dejar de confundir los términos. De forma tal que mientras no hagan si no lo que han hecho hasta hoy, se abstengan de alegar que están respaldando al pueblo cubano, ya que sólo respaldan a su verdugo.
Para el caso, suena demasiado ridículo, por no decir cínico, el pretexto de que cada nación tiene derecho a aplicar el tipo de democracia que sus pobladores elijan.
Ojalá estuviese de más aclararles que la democracia es un fundamento. Así que no lleva apellido, ni admite ser desglosada por marcas y tipos, según los antojos de quien la use. Eso sin contar que entre la montaña de derechos básicos que la tiranía arrebató a nuestro pueblo, o sea, a la verdadera Cuba, sobresale el derecho de elegir.
Sería entendible -ya que cualquier patochada lo es dentro del tejemaneje politiquero- que tales presidentes acepten sin dudar los argumentos del régimen, haciendo caso omiso a las denuncias de los opositores que, diezmados sistemáticamente, entre garrote y mazmorra, consiguen levantar su voz desde la Isla. Es cuestión de enfoques, podrían decirse, para dormir tranquilos.
Sólo faltaría que le pidiesen amistosamente al régimen alguna aclaración sobre el lugar que ocupan dentro de sus argumentos los cientos de presos políticos que hoy cumplen aquí condena por el único delito de opinar y exponer sus criterios.
De no hacerlo, tal vez pierdan una buena oportunidad de regresar a Cuba (la verdadera) al seno de la OEA.
Lo que menos importa es que el régimen vuelva a ocupar o no una butaca en sus reuniones. No iba a ser el primer cachalote tirano que nade entre aquellas aguas. Importante -para la OEA, más que para la Cuba verdadera- es que los actuales miembros de esa organización muestren su transparencia como políticos de crédito.
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