La aparición en La Habana de La ínsula fabulante, una voluminosa antología de la cuentística cubana de los últimos 50 años, añade otro peldaño de certificación a la política de ''rescate de autores de la diáspora'' que está en boca de los funcionarios culturales de la isla. La estrategia oficial de reivindicación, que entró tímidamente en marcha hace más de una década, puede hoy exhibir un catálogo de publicaciones y títulos de escritores exiliados que sirve de talismán revolucionario frente a los fantasmas de un pasado muy reciente de exclusiones deliberadas, humillaciones y olvidos.
Las escaramuzas editoriales de años recientes no pueden ocultar su esencia manipuladora. Se trata de operaciones selectivas en la que los elegidos o ''rescatados'' son íconos indiscutibles del patrimonio literario antes ninguneados, borrados de diccionarios, excluidos de programas de estudio y ahora muertos, es decir, sin capacidad personal para responder al ''gesto'' de La Habana: Gastón Baquero, Eugenio Florit, Jorge Mañach, Lino Novás Calvo, Enrique Labrador Ruiz, Lydia Cabrera, Agustín Acosta... Otros, entre los escritores vivos, son publicados por razones disímiles que van desde sus afinidades con el régimen cubano hasta la utilidad política de incluirlos, muchas veces a espaldas del conocimiento y la voluntad de los propios autores.
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