En alguna ocasión Fidel Castro expresó una especie de concepto novedoso para Cuba: dijo que Revolución “es cambiar todo lo que debe ser cambiado”. No mucho tiempo después, durante la etapa de Raúl como sustituto provisional de su hermano, se organizó una especie de debate nacional en el que participaron alrededor de cinco millones de cubanos, donde el tema central era la posibilidad de expresar las “críticas” y las opiniones de las cosas que deberían cambiar en el país.
El montaje del espectáculo fue bien concebido para dar la apariencia de que nuevos cambios eran posibles en Cuba dentro de la propia Revolución. En los primeros meses de Raúl como Presidente oficial, las “medidas” adoptadas tenían la finalidad de mostrar la voluntad de hacer cambios; pero la realidad ha sido que sólo se trataba de una falacia más para complacer a la opinión pública que reclama cambios en Cuba y principalmente a la Unión Europea, para que este bloque reanudara –como ya hizo-, las relaciones comerciales y de colaboración con La Habana.
Si bien es cierto que la inmensa mayoría de los cubanos coinciden en que hay una gran necesidad de cambios en la Isla, los acontecimientos más recientes demuestran que los cambios que se pueden esperar están relacionados con el fortalecimiento del poder por parte del nuevo gobernante, aún a expensas de desalojar del poder a los supuestos “líderes carismáticos” que heredó del período de Fidel. Esto quiere decir en buen cubano “mantener agarrada la sartén por el mango y seguir la conga”… y para el pueblo más de lo mismo por otro puñado de años más. Hay que recordar que Raúl había establecido un límite en las promesas de cambios desde su etapa de Presidente en funciones: “Lo único que no cuestionará jamás un revolucionario (supuestamente todo el pueblo) es nuestra decisión de construir el socialismo”.
En el panorama cubano actual han surgido varias tendencias de opinión sin que en realidad contradigan o pongan en peligro la integridad del control ni el dominio total del régimen, porque todos son variantes de una aparente nueva izquierda que podría conciliar el sistema revolucionario con retoques más flexibles. Las más popularmente difundidas se refieren a hacer cambios en los conceptos de producción y distribución de las riquezas sin igualitarismos, combinando el trabajo asalariado con alguna permisibilidad a labores “por cuenta propia”, sobre todo en los sectores agrícolas y de producción de alimentos localmente. La otra plantea la posibilidad de aplicar una variante de la experiencia China, lo que traería cambios más amplios en las estructuras y los conceptos actuales por los que se rige la economía cubana.
En términos generales, a la mayoría de los cubanos estos conceptos le suenan “como idioma chino”, ininteligibles e incomprensibles, pero se consuelan un poco porque traen la coletilla de “cambio” y ese sí es un concepto que ha germinado en casi todas las mentes en la Isla, donde hay casi una unanimidad no acordada sobre la certeza de que las cosas ya no pueden seguir como hasta hoy, porque ya no caben más pobreza, sufrimientos y explotación en la palangana.
De este análisis se puede concluir que hay dos etapas principales por las cuales debe transitar Cuba inexorablemente. Una es la económica, que es la que está hoy en la mente y el interés de la inmensa mayoría de la población. Las mayores esperanzas están en los beneficios que podrían representar las medidas que está tomando y podría tomar en un futuro próximo el gobierno norteamericano, con las recientes flexibilizaciones y un alto porcentaje de probabilidades del levantamiento del embargo. Estas expectativas han polarizado mucho las cuestiones políticas y las opiniones sobre la necesidad de los verdaderos cambios del sistema. La otra es la política, ya que de ocurrir estos cambios como se ven venir, la dirección del régimen cubano quedaría sin el gran enemigo imperialista, sin el gran culpable, sin el sostén de su inmensa y tenebrosa estrategia política y la Revolución se quedaría sin muletas.
Este será el tiempo en que el pueblo cubano, en su inmensa mayoría, pensaría en la real necesidad de las transformaciones políticas, de los verdaderos cambios que podrían dar un vuelco de 180 grados a la sociedad cubana, enfilando el rumbo hacia la democracia secuestrada por 50 años.
El futuro de la Revolución es inexorable, ella es ya un muerto andante que se dirige inexorablemente hacia su tumba, que es su único destino.
Los cubanos de libre pensamiento, los que queremos una vida y un futuro mejor para nuestros hijos, los que debemos saldar la deuda de haber creído una vez en la utopía en la cual crecimos y a la que defendimos y por la cual fuimos engañados, debemos trabajar unidos para que nuestro sufrido pueblo despierte de su letargo, tome conciencia de este proceso y se prepare con urgencia para ejercer más temprano que tarde, los derechos y obligaciones ciudadanas de las que hemos sido despojados por tantos años de opresión totalitarista.
No obstante, debemos estar alertas, no desmayar y perseverar porque hay intereses hegemónicos que quieren oxigenar el cadáver, para que participe en la resurrección del fantasma comunista, totalitarista que se está gestando y que el pueblo cubano sea burlado una vez más, para ser condenado, al menos a otros 50 años de militarismo, esclavitud y servilismo, más peligroso y nefasto que el actual.
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