8/01/2008

Aleida Guevara predica en Asunción, pero no en Cuba

Una de las hijas del guerrillero Ernesto “Che” Guevara habló ante estudiantes de la Universidad Católica de Asunción, donde defendió el comunismo, criticó a las empresas transnacionales y denostó contra el egoísmo. Era su derecho. Estaba usufructuando lo que disfrutamos los paraguayos, la libertad de expresión. Surge la pregunta de si la hija de un líder demócrata paraguayo o los mismos estudiantes que la escucharon con deleite podrían ir a hablar ante los estudiantes de la Universidad de La Habana para defender el capitalismo, criticar a las empresas públicas, denostar contra el parasitismo o criticar la falta de derechos humanos. En el Paraguay de hoy se pueden propagar las más diversas ideas sin ser condenado por subversivo o por contrarrevolucionario. En Cuba, definitivamente no.

Fernando Lugo junto a Aleida, la hija del Che Guevara. | Efe

Una de las hijas del guerrillero argentino-cubano Ernesto “Che” Guevara visitó la Universidad Católica de Asunción y habló ante sus estudiantes para defender el comunismo, criticar a las empresas transnacionales y denostar contra el egoísmo. Era su derecho. Estaba usufructuando lo que disfrutamos los paraguayos, la libertad de expresión.

Surge ahora la pregunta de si la hija de un líder demócrata paraguayo o los mismos estudiantes que la escucharon con deleite podrían ir a hablar ante los estudiantes de la Universidad de La Habana para defender el capitalismo, criticar las empresas públicas, denostar contra el parasitismo o criticar la falta de derechos humanos. O reunirse con opositores al gobierno de la isla. La obvia respuesta muestra la diferencia entre la libertad y la opresión. En el Paraguay de hoy se pueden propagar las más diversas ideas sin ser condenado por subversivo o por contrarrevolucionario. En Cuba, definitivamente no. Si los paraguayos queremos abandonar el país disconformes con lo que pasa e ir a vivir en otro lado, nadie nos impediría hacerlo. Los cubanos ni siquiera tienen esta libertad, y deben salir de su país a escondidas, desafiar el mar en embarcaciones precarias, a riesgo de perder la vida en el intento. Aleida Guevara, por lo visto, no pudo notar esta diferencia.

Los estudiantes universitarios de la isla deben tener el derecho de escuchar opiniones contrarias a las que vienen recibiendo desde su infancia. Según Aleida Guevara, los cinco millones de niños de su país, a quienes llamó “revolucionarios”, defienden el régimen castrista. Es probable que así sea, pues el afrentoso adoctrinamiento se inicia ya en el primer grado, cuando los niños son encuadrados en el movimiento de los Pioneros Comunistas, cuyo lema es “Seremos como el Che”; en los años ochenta, al menos, la primera lección del libro Lectura I mostraba a una niña con el pañuelo rojo al cuello, condecorando a Fidel Castro. El fascismo tuvo su Opera Nazionale Balilla, un organismo primero partidario y luego estatal que reunía a los varones desde los seis hasta los dieciocho años, en tanto que el nazismo tuvo su Juventud Hitleriana, en el que se ingresaba a los diez años. No hay diferencias entre los dos inhumanos métodos. La movilización política de los niños es común a los sistemas totalitarios. Es obvio que los niños italianos y alemanes de los años treinta habrán “amado” a sus respectivos dictadores como los cubanos de hoy “aman” al suyo –según la visitante–, porque no tuvieron la libertad de compararlos con otros líderes o elegir otros sistemas.

Si a los niños se suman los adultos, resulta que –siempre al decir de la hija del Che Guevara– diez de los once millones de cubanos apoyarían al gobierno de los hermanos Castro. Ese masivo respaldo, del cual hay serios motivos para dudar, implicaría que el gobierno es bueno. El argumento falla porque, aun cuando sea cierta tal afirmación, la bondad de un régimen no depende de su popularidad, sino de que en él se respeten los derechos y las libertades de las personas. Si lo decisivo fuera la adhesión popular, habría que inferir que el fascismo y el nazismo fueron encomiables, pues parece que tuvieron el amplio apoyo de los italianos y de los alemanes, respectivamente.

La disertante sostuvo también que “cada uno no vale nada; los procesos son del pueblo y no de un solo hombre”. La primera proposición es alarmante, aunque no sorprendente: nadie ignora que el individuo nada vale en un sistema totalitario y que, por tanto, puede ser eliminado si es menester. Ya lo dijo el padre de la doctora Aleida en 1964, ante la Asamblea General de la ONU: “hemos fusilado; fusilamos y seguiremos fusilando, mientras sea necesario”. Este desprecio de la vida humana sugiere otra afinidad entre el comunismo, por un lado, y el fascismo y el nazismo, por otro. La segunda proposición se opone al hecho de que el comunismo se impuso en su momento gracias a la decisiva actuación de Lenin, de Mao Tse Tung, de Tito, de Ho Chi Min y de Castro, o a la presencia del ejército soviético en Europa Oriental, desde 1945. En todo caso, para ser más fiel a la ortodoxia marxista, Aleida hubiera fundado su filosofía de la historia en el papel del proletariado. Es de recordar que el concepto de pueblo también era muy importante para el fascismo (“Il Popolo d’Italia”, diario de Mussolini) y para el nazismo (“Volksgemeinschaft”). Curiosamente, en los tres casos comentados, el desprecio al individuo en beneficio del colectivo coincide con la exaltación de un Duce, de un Führer o de un Máximo Líder. De un superhombre que siempre tiene razón, en suma. En nuestro país conocimos a Stroessner. Por cierto: en eso de “desterrar el egoísmo”, la visitante no estuvo muy lejos de Mussolini, para quien “el credo del fascismo es el heroísmo; el de la burguesía, el egoísmo”. En fin, si una castrista tiene aquí el derecho que no tiene un demócrata en Cuba, es decir, el de exponer sus ideas en una universidad, los paraguayos demócratas no tenemos la obligación de recibirlas en silencio sin la pertinente réplica y sin recordar, obligados por el anacronismo de cierta izquierda latinoamericana, que, a casi veinte años de la caída del Muro de Berlín, el comunismo sigue siendo sinónimo de atraso y de opresión en los muy pocos países que aún lo padecen.

Ojalá un régimen opresor no vuelva a implantarse en el Paraguay.

ABC.com.py

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