Leonel Alberto Pérez Belette
LA HABANA, Cuba, mayo (www.cubanet.org) - Tengo un amigo a quien su familia, residente en el exterior, le envió una suma considerable de dinero para que comprara un automóvil. Además de resolver su problema de transporte y el de su familia, él hombre aspiraba a obtener una licencia para ejercer el oficio de botero (taxista), como trabajador por cuenta propia. Su búsqueda del auto fue infructuosa.
¿Cómo entender que algunos autos fabricados antes de la segunda guerra mundial, cuesten hasta 25 mil pesos convertibles (CUC) en una nación donde el salario promedio oscila entre los 10 y los 15 CUC mensuales? Ni subastándolos en Christie’s o Sotheby alcanzarían tanto valor. ¿Quién daría un centavo hoy en día por pasarse la vida bajo un carro viejo, embarrado de grasa, arreglándolo en cada esquina?
Aunque existe aquí un club de autos antiguos, en Cuba no son apreciados por su valor histórico sino por su utilidad práctica. Tampoco se trata de piezas de museo; son sólo eclécticos artefactos con más de 60 años de explotación, remendados hasta la saciedad por propietarios, chapistas y mecánicos cubanos, a partir de su ingenio.
Sólo un número reducido de estos ejemplares conservan sus piezas originales; la mayoría son un compendio de partes de los más diversos orígenes: un carburador de Lada, el motor de un Toyota, sistemas de frenos impredecibles de manufactura coreana, filtros de aceite chinos, cajas de transmisión de Volga ruso, mangueras de Fiat italianos, rodamientos de Seat españoles y hasta parabrisas de Mercedes-Benz; todo sobre chasis remendados una y otra vez.
Muchos son moles de acero que parecen moverse entre nubes de humo por obra del Espíritu Santo, y dejan tras sí el rastro contaminante de chispas, fogonazos, y el penetrante olor del combustible bautizado con queroseno. En ocasiones, el tanque de combustible es un simple contenedor de plástico con una manguera, por increíble que parezca.
No faltan los chóferes kamikazes que ruedan a partir de la adaptación casera de balones de gas metano. Uno de estos últimos autos voló por los aires hace algún tiempo en las cercanías del Malecón, después de una colisión en la que afortunadamente nadie salió lesionado.
En casi todos los casos la motivación para tanta creatividad es la necesidad artificialmente impuesta por el gobierno, debido a sus ridículas prohibiciones sin ningún fundamento económico.
Según los propietarios de de estos vehículos, el único motivo para que los mismos alcancen esos absurdos precios y para que haya que recurrir a desguasaderos ilícitos en busca de piezas, es que el Estado sólo permite el traspaso legal de la propiedad de vehículos y motocicletas adquiridos antes de 1959.
Los ciudadanos cubanos tienen prohibido comprar directamente un auto moderno, a menos que cuenten con un permiso especial del ministro del ramo al que pertenecen, y que en ocasiones ha de ser también rubricado por el secretario ejecutivo del Consejo de Estado. Los precios de estos carros son estratosféricos. Un auto ruso Lada 2107, modelo básico, el más económico, tiene un valor 8 mil CUC (más de 10 mil 500 dólares). Dicho auto, Free on Board más el flete, cuesta al estado cubano 2 mil 500 dólares.
Mi amigo, que no aspira a nada de lujo, sino a un medio de trabajo que por demás le sirva para transportar a su familia, sigue esperando, alentado ahora por rumores callejeros sobre una posible futura apertura en esta área del mercado. Aún no ha podido encontrar un automóvil cuyo precio sea asequible a su bolsillo, y legalmente posible. No quiere aventurarse en una operación ilegal, pues teme perder su dinero. En su desesperación hasta pensó en hacerse de una bicicleta eléctrica, cuya venta el gobierno autorizó recientemente, pero al indagar descubrió que se estaban vendiendo sin garantía de que en el futuro se vendan las piezas de repuesto básicas.
Si algún día mi amigo logra adquirir un automóvil tendrá que enfrentarse a otra odisea: la de conseguir un permiso para trabajar como taxista, los cuales hasta el momento sólo se han otorgado a militares retirados o personal de confianza del gobierno.
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