EN Alemania y otros países europeos tuvieron la decencia de ilegalizar los partidos comunistas hace mucho tiempo. Por desgracia, como en Andalucía las carencias vernáculas nos chorrean por las orejas, los sevillanos padecemos un gobierno municipal resuelto a albergar una cavernícola exaltación del sanguinario expolio, vulgo Revolusión Cubana. Al parecer, según dice alguna lumbrera, estamos aquejados de feeling por los maleantes, igual que los coplistas del siglo XIX.
Que no decaiga nuestra vitola como guarida de la picaresca.
Que no decaiga nuestra vitola como guarida de la picaresca.
Todavía traer guitarras y alimentar con una ración de baladas la credulidad de viejecillas y menores de edad, pase. Pero no se trata de inofensivas leyendas irreales, sino de apoyar fehacientemente a uno de los bellacos más sanguinarios del siglo XX, de respaldar bajo el escudo de Sevilla al hatajo de criminales que ha esclavizado a los cubanos, Fidel Castrojo y su banda.
Creíamos que sólo en ciertos parajes de ultramar se montaban estos aquelarres de Isla de la Tortuga, con manadas de granujillas jaleando a cualquier rufián que asalte el gobierno y se haga con la llave de la tesorería.
Creíamos que sólo en ciertos parajes de ultramar se montaban estos aquelarres de Isla de la Tortuga, con manadas de granujillas jaleando a cualquier rufián que asalte el gobierno y se haga con la llave de la tesorería.
De remate, vamos a costear con 70.000 euros la formación on line de los trabajadores cubanos. Como si en Sevilla sobraran las camas de hospital, y los bomberos tuvieran suficientes medios. Venga hombre, que los pague Fidel Cabestro de la fortuna que tiene en Suiza, amasada con dinero robado a los cubanos, la verdadera meta de todos aquellos revolusionarios de baja estofa.
Y por cierto, hablemos con propiedad. De la noticia se desprende que los cubanos aprenderán informática. Si acaso, aprenderán los palotes de la cartilla: en Cuba, tras casi 50 años de yugo revolusionario, la población apenas sabe hacer la o con un canuto. La causa es una enseñanza pública largamente degradada, que sirve de modelo a sus confesos admiradores de este lado del mar, los sibilinos promotores de la Logse.
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