Un “capitalismo mejorado” no es la salida; eso está claro
“Reformar es una afirmación necesaria, pero no suficiente. Puede significar tomar el viejo modelo y modificarle cosas. El cuestionamiento tiene que darse de modo integral... No se trata de reformarlo sino de rescatar críticamente valores y logros, con una mirada abierta”, afirma el sociólogo
Ampliar la imagen El investigador Aurelio Alonso en la entrevista con La Jornada Foto: Gerardo Arreola
La Habana, 16 de diciembre. Hay que “reinventar” el socialismo en Cuba y no sólo reformarlo, dijo a La Jornada el sociólogo, investigador, académico y actual jefe de redacción de la revista Casa de las Américas, Aurelio Alonso.
“Reformar es una afirmación necesaria, pero no suficiente. Puede significar tomar el viejo modelo y modificarle cosas. El cuestionamiento del viejo modelo tiene que darse de modo integral”, señaló Alonso. Se trata de “rescatar críticamente valores y logros, con una mirada abierta”.
Con la justicia social y la equidad en el centro, el modelo tiene que asociarse a la democracia, que “también tiene que reinventarse: no habrá socialismo sin democracia”.
Estos son fragmentos de las declaraciones de Alonso a este diario:
–En discursos recientes la dirigencia cubana convocó a la población a discutir ampliamente los problemas del país. ¿Se trata del inicio de una reforma del sistema?
–Los cubanos hemos sido sumamente parcos en debatir, racionalizar y especular sobre los vaivenes del curso revolucionario, especialmente sobre los errores y los defectos. Los discursos que citas, y un poco más atrás, desde el de Fidel en la Universidad de La Habana en noviembre de 2005, están contextualizados por un cambio objetivo que se ha desencadenado en América Latina y sus incidencias para Cuba. La bancarrota del paradigma soviético había dado lugar desde los 90 a la activación del ejercicio de pensar el socialismo con un espíritu crítico. Se vislumbra desde esa década un cambio de panorama en la producción de pensamiento revolucionario, no exento de confrontaciones, de choques con patrones del formulario político oficial, resistentes, tal vez por inercia, a admitir la necesidad de espacios polémicos, a miradas alternativas dentro de la construcción socialista, a pesar de la claridad con la cual se ha distinguido siempre lo que verdaderamente se opone a la transición revolucionaria. Los cambios de escenario de comienzos de este siglo encuentran en nuestra isla ya un legado de una década de “apertura”, un término que a pesar de su ambivalencia no tengo por qué abandonar, al arbitrio de quienes lo identifican con la claudicación. No hablo tanto de lo institucional, aunque también, sino sobre todo de apertura de pensamiento. Lo que reflejan estos discursos en el rumbo socialista no es, por supuesto, un retroceso, sino una postura revolucionaria más flexible, la cual no excluye las necesidades de transformaciones estructurales, y que tácitamente admite que el perfil material del socialismo no se ha forjado de manera definitiva. Y que el ideal del socialismo supone también la teorización de una sociedad abierta, que tiene que desarrollarse de manera paralela y en interacción con la formación práctica de la misma.
–¿Cómo han sido las discusiones entre la población?
–Son un extraordinario factor de recuperación del sentido de la opinión del pueblo. Eso que se había perdido un poco en los dispositivos de encuesta de un órgano especializado, muy competente, tal vez, pero cargado de bisagras para asegurar que llegue arriba sólo aquello que no mortifique ni cuestione. No impugno la función de tales órganos, pero de ningún modo pueden detentar ese monopolio de la comunicación. El debate desde la base de la población está demostrando la eficacia con que las vías institucionales pueden canalizar realmente lo que el pueblo piensa, necesita, reflexiona y busca en la nueva sociedad que Cuba comenzó a construir hace casi medio siglo. Donde ha vivido logros inmensos, pero también atascaderos descomunales. Además, no es nueva. Para mí se clarificó en 1961: “¡Dentro de la revolución, todo!” Que la hermenéutica, tan cuestionable a veces, haya estrechado hasta lo inconcebible el significado de “dentro”, es harina de otro costal. En el debate de hoy me interesa mucho sobre todo lo que tiene que decir la juventud, que tiene en sus manos el futuro del país, un nivel profesional muy superior al que tuvo mi generación cuando era joven, mucha historia sobre la cual reflexionar, y que me consta que muestra un extraordinario grado de lucidez y de compromiso, de sentido crítico y de ideas renovadoras, mucho mayor que las expresiones de complacencia repetitiva que se suele criticar.
–Algunos comentaristas cubanos han hablado del “socialismo del siglo XXI”. ¿Tienen ustedes implícita la idea de que el socialismo en la isla tiene que reformarse, actualizarse, ponerse en consonancia con un entorno contemporáneo?...
–Todo eso. Como sistema socioeconómico y político tiene que “reinventarse”. Reformar es una afirmación necesaria, pero no suficiente. Puede significar tomar el viejo modelo y modificarle cosas. El cuestionamiento del viejo modelo tiene que darse de modo integral. No desechándolo, pero partiendo de la integralidad del fracaso. No se trata de reformarlo, sino de rescatar críticamente valores y logros, con una mirada abierta. Personalmente me gusta la frase, y la he utilizado desde hace mucho, tal vez en exceso. Me gusta porque se comienza por reafirmar que la salida es “socialista”, y no la de un “capitalismo mejorado”; se precisa que no hablamos del experimento fracasado sino de algo que corresponde hacer en el siglo que comienza. El verbo “reinventar” es clave, porque no hablamos de rescatar ni de mejorar ni de expurgar ni de profundizar. Si profundizamos los errores del siglo XX no habrá quien nos saque del hueco. Cuba tiene el mérito de haber avanzado con una visión crítica temprana (en los 60 del siglo pasado) que fue relegada parcialmente ante el imperativo de una coyuntura, la cual trajo consigo muchos contrasentidos, cuya huella está viva aún, pero que no logró borrar la impronta crítica nacida de la singularidad cubana. El rescate de esta impronta crítica es lo que, a mi juicio, nos permite hoy avanzar en la reinvención de un socialismo del siglo XXI.
–En su discurso del 8 de octubre, el comandante Ramiro Valdés habla de buscar soluciones “compatibles con el socialismo”. ¿Se puede interpretar como la opción de formas de propiedad privada y mecanismos de mercado en determinada escala?
–La claridad está precisamente en anunciar la disposición, desde la cúpula política, de generar cambios importantes, y la prudencia en no aventurarse a proponer ninguno por el momento. Y a la vez se requiere prevenir que no se abra espacio a un escenario que legitime la explotación o una sociedad de desigualdades no reguladas. El tema de la soberanía no lo abarca todo: no puede perderse de vista la necesidad de que la justicia social y la equidad estén en el centro de un nuevo modelo de desarrollo socioeconómico. Y por encima de todo la democracia. No porque venga primero, sino porque también tiene que reinventarse. No habrá socialismo sin democracia, como se afirmó en el llamamiento del Foro Social Mundial en Bamako, pero tampoco habrá democracia sin socialismo. Los pueblos del mundo, que en teoría debieran detentar el poder democrático, carecen de democracia. El liberalismo es una falacia ideológica que en el plano histórico resulta devorada por la lógica del capital. El derrumbe soviético dejó demostrado que el socialismo no puede existir sin democracia: quiero decir sin crearla, sin inventarla, que no significa asumir la liberal, como creyeron los artífices de la supuesta “transición democrática”.
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