12/04/2007

Cuba en transición

Imagen La Nueva Cuba

José Blanco
La Jornada

Supongo que en el interior de las instancias de gobierno y partidarias cubanas hace mucho tiempo que se habla de cómo transformar el barco salvando la mayor parte de las ganancias sociales de un régimen mantenido bajo férreos controles políticos y policiales, y a cuyo sostén ha contribuido tan eficazmente la extremadamente torpe política de bloqueo estadunidense.

En un contexto de seculares y brutales injusticias sociales, sostenido por el régimen cuasi colonialista ejercido por Estados Unidos a través de gobiernos títeres, Cuba cambió su destino. Un largo trabajo político previo desarrollado por el PC Cubano, especialmente entre la vasta franja de los trabajadores cañeros, creó las condiciones en la que la guerrilla de Fidel Castro logró derrocar un gobierno: el de Batista, que no contaba con legitimidad ninguna.

Los cubanos optaron por un Estado totalitario –nada sería permitido contra “la revolución”–, y en esa opción acaso ni la población ni los nuevos héroes de la liberación tenían conciencia completa del régimen político que estaban erigiendo. En el centro de la determinación de la guerrilla triunfante estaba exclusivamente la justicia social; sacar de la miseria a las grandes mayorías. Ello en unas condiciones extremas de dificultad: las capitales huyeron junto con sus propietarios, la actividad económica se paralizó, Estados Unidos le quitó a Cuba su cuota azucarera, principalísima fuente de divisas. Pero el extremo voluntarismo cubano, apoyado largamente por la URSS, puso como inquebrantables metas alimentación, salud y educación para todos; y fue en ello tan exitoso que en esos índices superaron con rapidez a toda América Latina.

Dejemos a un lado las aventuras internacionalistas cubanas desplegadas en una coyuntura en la que grandes contingentes de la sociedad del tercer mundo creían a pie juntillas que la revolución socialista estaba a la vuelta de la esquina. Sólo destaquemos el hecho de que el alto costo de esas aventuras no era financiado por un excedente económico producido por Cuba, sino por la URSS. Parte de sus éxitos en materia de educación y salud también provenían de la misma fuente. No es difícil entender que las grandes mayorías del tercer mundo percibieran –ilusión de óptica– que los loables avances en materia de salud y educación y aun de ayuda internacionalista eran producto del “sistema” cubano.

Cuando la URSS se desploma, sin remedio Cuba entra en un “periodo especial” de carencias extremas. Más de un tercio del PIB cubano “desapareció” de un día para otro. La isla había venido sosteniéndose en unos pilares que no habían sido construidos en su totalidad por los propios cubanos. Desde entonces las enseñanzas han sido durísimas y el aprendizaje a marchas forzadas.

Aunque no fue el primer aviso, el 26 de julio pasado Raúl Castro, mediante una retórica cubanísima, anunció que las puertas estaban abiertas para debatir un nuevo modelo socialista. Un cambio “estructural”, dijo Raúl Castro. Y se refería no sólo al modelo político, sino también a su modelo económico.

La centralización extrema de todas las decisiones tendrá que ser el eje fundamental del debate y por el contrario de la transición. Salvo la dirección central del desarrollo económico, cuyo control estatal es indispensable, es preciso sacar la economía de la esfera política. Descentralizar las decisiones económicas mediante la creación de las instituciones propias del mercado es la vía para que la creatividad de la sociedad pueda expresarse y desarrollarse. La sociedad cubana no tiene voz en materia económica y requiere urgentemente contar con voz y voto. En una sociedad con los altos niveles educativos de los cubanos, esta descentralización florecerá previsiblemente a alta velocidad.

El mercado no existe por la ocurrencia de un diablo capitalista. Existe porque los hombres se apropian de la naturaleza para transformarla en productos, y eso lo hacen en distintos puntos y mediante distintas tecnologías. Cada producto es una forma de apropiación y transformación de la naturaleza para adaptarla a las cambiantes necesidades humanas. Como unos hombres producen unas cosas y otros, otras, los productos han de intercambiarse y esos intercambios son el mercado. Este mecanismo social existe desde muchos siglos antes del capitalismo y vivirá muchos después de que el capitalismo haya desaparecido.

La dirección del desarrollo puede mantenerse, si el Estado junto con los productores más importantes toman las decisiones principales sobre los espacios productivos a los que debe llevarse la inversión (parte fundamental del excedente). No es lo mismo si la inversión se destina a producir yates deportivos que si se destina a producir pitusas (así se llaman en Cuba los jeans).

Parecería necesario abrir rápidamente el mercado agrícola con una regulación de precios más o menos light, y después el de manufacturas, tomando decisiones expresas y bien pensadas sobre las tecnologías que serán utilizadas. Veríamos probablemente un acelerado relanzamiento de la producción cubana. En tales condiciones sería de esperarse, también, un pronto reclamo democrático. Sería indispensable descentralizar rápidamente también las decisiones políticas.

Pero diría que lo que debe cuidarse como oro molido es conservar consensos inteligentes sobre la planeación del desarrollo y el control necesario de la inversión en infraestructura, comunicaciones, plataformas tecnológicas, puertos y los sectores agrícola e industrial. Control nacional sobre la inversión, lo han tenido Japón y Corea. En Cuba esto se ve más fácil por la pequeña dimensión de su economía. Y la inversión extranjera hay que llevarla donde sea útil para el desarrollo exclusivamente. Este esquema, desde luego, escapa al liberalismo a ultranza. Un arreglo de carácter socialdemócrata con fuerte control sobre la inversión a efecto de alcanzar una alta tasa de crecimiento y desarrollo.

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