10/23/2007
Un asunto humanitario
José Rodríguez Leiva
LA HABANA, octubre (www.cubanet.org) - En Ciudad de La Habana hay
muchos lugares pintorescos y famosos que son visitados por miles de
turistas extranjeros, no así por los que viven en la isla. También hay un
sitio en El Vedado que no tiene nada que llame la atención al ávido
visitante. Sin embargo, millones de cubanos albergan en su interior grandes
deseos de hacer allí largas filas al sol ardiente o bajo algún que otro
aguacero.
Este lugar está enclavado en la misma esquina del malecón habanero y la
Calle J. En ese edificio radica el Departamento de Refugiados de la
Sección de Intereses de los Estados Unidos. Es El Dorado con que sueñan
muchos cubanos, no importa que militen en el Partido Comunista, Comités
de Defensa de la Revolución o cualquier organización estatal.
Por esta esquina pasan diariamente, de lunes a viernes, muchos cubanos,
unos a depositar sus solicitudes de formularios para aplicar al plan
de refugiados, muchos que desde horas antes del amanecer esperan
ansiosos su turno, avisados con anterioridad para su primera entrevista con
los funcionarios norteamericanos. Otros ya superan esa primera prueba,
pero están allí para el segundo y definitivo examen. Ese día recibirán su
aprobación o negativa para llegar a la libertad: los Estados Unidos.
Los agraciados salen de esa oficina muy alegres, también están los que
hacen su última fila en este país. Ese día reciben la fecha en que
abandonarán, no se sabe por qué tiempo, su patria.
Es precisamente aquí, en la esquina del malecón habanero y la calle J
donde los ancianos resisten largas horas, llueva o truene o el sol raje
las piedras. También van allí personas en sillas de rueda y madres con
niños pequeños, soñando con un futuro mejor.
Los presentes en estas filas cotidianas no se quejan, no protestan, no
tratan de adelantarse a los que llegaron primero, todos mantienen el
orden sin necesidad de agentes del orden público. Sin embargo, allí
permanecen dos carros patrulleros que pretenden amedrentar a los futuros
hombres libres.
A pesar de este constante movimiento de cubanos en el lugar, las
autoridades del municipio Plaza de la Revolución no han construido un techo y
asientos para que las personas esperen a la sombra. Tampoco un sitio
para cumplir inaplazables necesidades fisiológicas.
De la misma forma que construyeron un establecimiento para la venta de
productos alimenticios, refrescos y cervezas, siempre que los presentes
posean pesos convertibles, las autoridades pueden solucionar este
problema humanitario y dar rápida respuesta a este lamentable e inhumano
panorama que observamos todos los días laborables ante las oficinas de
una representación diplomática extranjera.
Los cubanos que asisten al lugar, con el deseo de partir, no importa
las causas que los motiven, merecen el respeto, pues quiéranlo o no,
siguen siendo seres humanos.
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