10/04/2007

Problemas de la oposición cubana

Jaime Leygonier

LA HABANA, octubre (www.cubanet.org) – Que no haya noticias es una
noticia muy preocupante. En Cuba no pasa nada y políticos de otras
latitudes muy preocupados por la Isla parecen pasarse la consigna de no hacer
nada respecto a Cuba

El momento es crucial y conviene tratar de las dificultades de la
oposición en Cuba, las que no provienen de la represión y las campañas
difamatorias del estado.

La primera dificultad la dicta el personalismo de los dirigentes
opositores, tan reconcentrados en ellos que se anulan a sí mismos como
líderes.

¿El eterno mal latinoamericano del caudillismo tiene forzosamente que
florecer en este invernadero de comandantes en jefe? Quienes se rebelan
contra el régimen son -naturalmente- personalidades fuertes.

Las condiciones de represión y espionaje que sabotean la labor
opositora dificultan la posibilidad de organizarse en torno a una asociación
con programa y fomentan la tendencia a nucleares como seguidores de una
personalidad.

Y por el monopolio de la información que ejerce celosamente el
régimen, quienes se han distinguido en la oposición resultan conocidos en el
extranjero pero con poca influencia en la sociedad cubana, circunstancia
que los obliga a ganarse al pueblo con actos públicos. Por esta razón
los gobernantes -aferrados al jamón del poder – no van a regalarles
espacio alguno.

El que menos haga por la libertad de Cuba, si algo hace, tiene un
inmenso mérito, puesto que se atrevió a rebelarse contra un poder tan
aplastante y desprovisto de freno moral.

Pero el líder tiene que liderar, el dirigente tiene que dirigir; si no
actúa deja de ser líder, si sus seguidores que esperan directrices
pescan dolor de cuello mirándolo arriba permanecer mudo como esfinge,
desaparece.

Si Abraham Lincoln, Carlos Manuel de Céspedes, José Martí, Mahatma
Ghandi y Martin Luther King hubieran dedicado sus vidas a redactar
declaraciones y cartas a las autoridades para solicitar derechos, sin otra
acción, ¿habrían sido los líderes que arrastraron con ellos a sus
pueblos?

Estoy dispuesto a seguir al caudillo más altanero si cumple la
condición de desarrollar un plan de acciones para liberar a Cuba. Pero en Cuba
falta acción. Los líderes, en difíciles condiciones de represión y
aislamiento, parecen más encerrados en sus propias limitaciones que en
las que les impone el régimen.

En un inmovilismo parejo al del estado. Sólo que el estado tiene ya el
poder y teme perderlo si actúa y los opositores necesitan actuar para
arrebatar ese poder.

Se diría que los opositores esperan que las cosas ocurran solas. Pero
si las cosas ocurren solas ¿quién los necesita para nada? ¿Quién les
dará el menor poder de influir en acontecimientos que ocurrieron sin
ellos?

Luego, la inacción corre pareja con el envío de manzanas envenenadas a
los que actúan, la censura a los que asumen iniciativas. Con oposición
a otros opositores y oposición a que los opositores se opongan ¿qué
conseguiremos? Y ¿qué futura sociedad civil tendremos?

Unos pocos – y personas instruidas – parecen dedicados al único fin de
servir de mediadores del régimen o de intereses extranjeros empeñados
en que en Cuba no cambie nada, o lo haga cuando la rana críe pelo.

¡Hasta abogan por sostener a Raúl Castro!, y luego, cuando éste o sus
sucesores se aburran del poder y se lo regalen a ellos graciosamente,
mediar para el tránsito.

Pueden dañar mucho confundiendo. Su consigna es “Ahora no, ahora no”.
Para ellos jamás habrá condiciones, jamás será el momento de actuar. Y
los gobernantes poseen sobrada soberbia para no emplearlos jamás en
ningún tránsito, como aliados y ni siquiera como peones.

Si el gobierno se propusiera un tránsito o – seguramente – el
simulacro de tránsito o de reformas como ya ha fingido muchas veces, para
nada necesita a los opositores.

Buscarían en la oficina más oscura del Partido a un desconocido
simpático, y con 15 minutos de discurso televisivo lo convertirían en el
Gorbachov cubano, fabricarían así su esperanza blanca.

Un tipo simpático que ofrezca cuatro plátanos al pueblo, culpe de todo
a Fidel Castro y acuse de corruptos a los dirigentes, mientras les
guiña el ojo, se metería en el bolsillo al pueblo, le pondría un suero de
varios años de vida al régimen moribundo y dejaría con un palmo de
narices a los oportunistas de izquierda, aunque digan que llegaron primero.


Ya Raúl Castro lo intentó, pero está demasiado ligado al régimen para
que nadie vea como esperanza de nada al anciano continuista a quien el
culto a la personalidad de Fidel Castro asignó el papel de malo de la
película a su hermano mayor, mientras él era el héroe. Todo eso es
irreversible.

Además, Raúl cae “pesao”, y en Cuba no se puede ser “pesao”.

Si la cúpula todavía no sacó del sombrero a un líder desconocido es por
su mayúscula incapacidad y miedo a que ese “líder a la orden” se
rebele contra sus fabricantes.

Desde la desaparición de Castro – hace más de un año – la cúpula exhibe
su incapacidad para continuar gobernando como antes. Lo grita a voces
su aferramiento al cadáver político de Castro, en cuyo nombre gobiernan
sin atreverse a hacerlo en nombre propio, la tozudez y ceguera para
ceder en nada o efectuar reforma alguna y el cantinfleo en las
declaraciones oficiales, ambiguas todas, como el discurso de Raúl Castro el 26 de
julio.

El gobierno pone en escena otra farsa electoral para reelegir al
fantasmal Fidel Castro, o para darle sus botas al hermano heredero. No se
atreve desde hace años a convocar el Congreso del Partido.

Nunca fue mayor el descontento popular y el miedo gubernamental a
reprimir ese descontento. Hace más de un año que la puerta de la jaula quedó
abierta, pero el león no se atreve a escaparse.

¿Y los opositores? ¿Qué momento esperan para pasar de las declaraciones
a promover acciones? Pacíficas, sí, pero acciones.

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