Ramon Colas
2007-10-10.
Los rumores en Cuba son comunes y establecen ciertas fantasías a la realidad. Se producen en todas partes y sirven para diagnosticar el estado de la gente y el pulso de sus frustraciones. Cuba es un país adicto al rumor y Fidel Castro lo sabe.
En su larga e intolerante estadía en el pináculo del poder el gobernante lo ha usado para atemorizar, tener el control de la gente y medir el efecto de su astucia. Es un arma, por cierto eficaz, para ocultarlo todo e imaginar lo peor en una sociedad donde la verdad es ciega y la mentira un argumento existencial.
Son especulaciones que obedecen a un estilo de confundir todo y a todos con el fino propósito de alejarlos de la verdad. Esa maña vieja de un viejo cansado no solo paraliza a la sociedad sino que la contagia de la incertidumbre y de esa otra enfermedad, peor: el miedo. Hoy mismo se rumora la muerte de Castro. Nadie lo asegura aunque posiblemente esté al otro lado de este mundo. Contaminados por su efecto están los ortodoxos del entorno quienes cierran las porosidades del sistema para hermetizar en el secreto la enfermedad del comandante o su ignorancia en relación a la salud su jerarca.
Como existe el miedo a decir lo que todos saben en Cuba se lanzan las “bolas” a las calles. Al correr de boca en boca se agrandan tanto que pueden terminar muchas veces en el mismo lugar donde empezó pero con un efecto inverso. Ahí intervienen los expertos de la nomenclatura, quienes al final tienen un diagnóstico eficiente para aplicar las reglas mágico-represivas en cuestión. La Habana es una ciudad hecha a la medida exacta de las exageraciones y el líder comunista quiere dejarle a su hermano las mismas cuerdas donde amarrar la intriga y el rumor le puede acomodar tanto o más que la mentira misma.
Sin embargo, ya no es rumor, porque forma parte de una verdad absoluta, la ausencia de Castro en todos los escenarios de sus excentricidades. Nadie hoy en el país es capaz de hacer un monologo de siete horas y decidir la dieta del guajiro, la edad en que los niños no deben beber leche y con que olla cocinar. Que madera usar para construir los ataúdes, donde ubicar los pedraplenes, por donde deben cruzar los huracanes, cual tejido es el mejor para la bata del doctor, cuantos ordeños son posibles en una vaca, la altura a la que deben volar los aviones, la velocidad de los trenes, la cantidad de latigazos que pueden recibir una yunta de bueyes, como engrasar a un central azucarero y la hierva que deben comer los animales.
No es un rumor que el comandante jamás podrá visitar a García Márquez a las dos de la madrugada en su mansión de La Habana para hacerle un discurso de cuatro horas y al amanecer retirarse asegurando haber descansado. Nadie especulará que el líder solitario tampoco podrá cabalgar largas horas entre los planes ingenieros, la batalla de ideas y las tribunas abiertas. Tampoco estará en su mesa redonda y menos en El Cotorro. No asistirá a las graduaciones ni condecorará a los altos generales de su comitiva verde olivo. No podrá prepararle langosta enchilada a Frei Betto mientras habla de religión, ni jugar al béisbol con James Carter y Hugo Chávez. Le será imposible reflexionar acerca de sus fracasos y de escribir sus memorias.
Todos aseguran que ni usando zapatillas Adidas pasará frente a la Sección de Intereses de Estados Unidos en sus manifestaciones contra el vecino del norte. Que ni el PPG le quitará las rugosidades de su rostro y ningún Habano tendrá su promoción en el mercado. Que el licor francés ya no estará en su cena porque sus esfínteres no son originales y los buenos vinos rechazan las impurezas de estómagos débiles. En esas condiciones cambiará el consumo de bistec de búfalos por carne molida ante la impotencia de su dentadura.
Si un hombre como Castro existía con los medios y hoy los rechaza es porque no le queda nada por mostrar. Si se esconde del pueblo y de sus amigos internacionales será por el temor a dejar una imagen lejana a las fotografías de sus años de gloria. Y si escribe en su cuarto largas reflexiones es para impresionar con su inmortalidad donde espera que le absuelva la historia.
Al resultarle imposible escalar a los estrados de su inmenso poder es porque su vida terminó aunque físicamente la mantenga. Si Castro no puede retornar victorioso a la cima de su mitológica revolución, literalmente ha muerto.
En su larga e intolerante estadía en el pináculo del poder el gobernante lo ha usado para atemorizar, tener el control de la gente y medir el efecto de su astucia. Es un arma, por cierto eficaz, para ocultarlo todo e imaginar lo peor en una sociedad donde la verdad es ciega y la mentira un argumento existencial.
Son especulaciones que obedecen a un estilo de confundir todo y a todos con el fino propósito de alejarlos de la verdad. Esa maña vieja de un viejo cansado no solo paraliza a la sociedad sino que la contagia de la incertidumbre y de esa otra enfermedad, peor: el miedo. Hoy mismo se rumora la muerte de Castro. Nadie lo asegura aunque posiblemente esté al otro lado de este mundo. Contaminados por su efecto están los ortodoxos del entorno quienes cierran las porosidades del sistema para hermetizar en el secreto la enfermedad del comandante o su ignorancia en relación a la salud su jerarca.
Como existe el miedo a decir lo que todos saben en Cuba se lanzan las “bolas” a las calles. Al correr de boca en boca se agrandan tanto que pueden terminar muchas veces en el mismo lugar donde empezó pero con un efecto inverso. Ahí intervienen los expertos de la nomenclatura, quienes al final tienen un diagnóstico eficiente para aplicar las reglas mágico-represivas en cuestión. La Habana es una ciudad hecha a la medida exacta de las exageraciones y el líder comunista quiere dejarle a su hermano las mismas cuerdas donde amarrar la intriga y el rumor le puede acomodar tanto o más que la mentira misma.
Sin embargo, ya no es rumor, porque forma parte de una verdad absoluta, la ausencia de Castro en todos los escenarios de sus excentricidades. Nadie hoy en el país es capaz de hacer un monologo de siete horas y decidir la dieta del guajiro, la edad en que los niños no deben beber leche y con que olla cocinar. Que madera usar para construir los ataúdes, donde ubicar los pedraplenes, por donde deben cruzar los huracanes, cual tejido es el mejor para la bata del doctor, cuantos ordeños son posibles en una vaca, la altura a la que deben volar los aviones, la velocidad de los trenes, la cantidad de latigazos que pueden recibir una yunta de bueyes, como engrasar a un central azucarero y la hierva que deben comer los animales.
No es un rumor que el comandante jamás podrá visitar a García Márquez a las dos de la madrugada en su mansión de La Habana para hacerle un discurso de cuatro horas y al amanecer retirarse asegurando haber descansado. Nadie especulará que el líder solitario tampoco podrá cabalgar largas horas entre los planes ingenieros, la batalla de ideas y las tribunas abiertas. Tampoco estará en su mesa redonda y menos en El Cotorro. No asistirá a las graduaciones ni condecorará a los altos generales de su comitiva verde olivo. No podrá prepararle langosta enchilada a Frei Betto mientras habla de religión, ni jugar al béisbol con James Carter y Hugo Chávez. Le será imposible reflexionar acerca de sus fracasos y de escribir sus memorias.
Todos aseguran que ni usando zapatillas Adidas pasará frente a la Sección de Intereses de Estados Unidos en sus manifestaciones contra el vecino del norte. Que ni el PPG le quitará las rugosidades de su rostro y ningún Habano tendrá su promoción en el mercado. Que el licor francés ya no estará en su cena porque sus esfínteres no son originales y los buenos vinos rechazan las impurezas de estómagos débiles. En esas condiciones cambiará el consumo de bistec de búfalos por carne molida ante la impotencia de su dentadura.
Si un hombre como Castro existía con los medios y hoy los rechaza es porque no le queda nada por mostrar. Si se esconde del pueblo y de sus amigos internacionales será por el temor a dejar una imagen lejana a las fotografías de sus años de gloria. Y si escribe en su cuarto largas reflexiones es para impresionar con su inmortalidad donde espera que le absuelva la historia.
Al resultarle imposible escalar a los estrados de su inmenso poder es porque su vida terminó aunque físicamente la mantenga. Si Castro no puede retornar victorioso a la cima de su mitológica revolución, literalmente ha muerto.
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