7/22/2010

Jorge Edwards: «Cuba me hizo dejar de ser el típico intelectual de izquierda»

Su libro «Persona non grata» (1973) supuso un antes y un después de la comprensión de los intelectuales de izquierda hacia la dictadura de Castro


Es uno de los grandes escritores latinoamericanos. La últilma obra de Jorge Edwards (Santiago de Chile, 1931) es «La casa Dostoievsky» (Premio Casa de América). Pero lo imporante para él es «el placer de estar vivo. «He hecho muchas cosas en todos estos años; no pertenezco a la especie del escritor químicamente puro: he sido diplomático, pero también agricultor».

-¿Y cómo le fue?
-Mal, realmente mal. Tanto, que pasé de la agricultura a la diplomacia: de la interioridad del país al exilio voluntario. Todo comenzó porque quería dedicarme a escribir de forma profesional, pero en Chile no había manera de conseguirlo. Tenía un amigo que era propietario de unas tierras a 40 kilómetros de Santiago. Así que me asocié con él para plantar cebollas.

-¿Qué salió mal?
-Es una historia un poco ridícula. Carlos Barral siempre se partía de risa con ella y me pedía a menudo que la contara. Eran unas tierras muy húmedas, y resulta que nos tocó el año más lluvioso en décadas. Nuestra plantación se convirtió en una laguna. ¡Hasta se nos ahogó un potrillo, el pobre! Fue un fracaso espantoso… Y yo que quería convertirme en un gentleman, uno de esos Faulkner, un terrateniente, un Ivan Turguéniev o un León Tolstoi. Ya sabe: un escritor hacendado que crea a la vez que contempla su huerto.

-Al menos, existe una tradición de escritores diplomáticos. Ahí le fue bien.
-Relativamente, si consideramos mi expulsión de Cuba. Pero es cierto: en la época había muchos escritores que se dedicaban a la diplomacia. Es una tradición francesa que después se extendió a Latinoamérica. Vinícius de Moraes o Guimarães Rosa fueron diplomáticos. También mi maestro, Pablo Neruda. La profesión tenía una pinta muy relajada, como de no hacer nada. Pero cuando me vi como diplomático, descubrí que se hacían muchas cosas y muy poco interesantes. Me pasaba la vida en cócteles, aeropuertos, ceremonias, dando discursos, medallas, pasaportes…

-¿Cómo se le ocurrió a Allende enviarle a usted, un independiente, a Cuba?
-Cuando Allende ganó las elecciones chilenas en 1970, una de sus primeras medidas consistió en restablecer relaciones diplomáticas con Cuba. Mi llegada a la isla fue un símbolo. Yo he dicho en alguna ocasión que fui un poco inocente al ir a Cuba. Poco antes, en 1968, había visto con recelo que Fidel Castro apoyaba la invasión de Checoslovaquia. Así que partí con un sentimiento ambiguo.

-Y la primera noche se encontró al comandante…
-Me quiso ver enseguida porque fui símbolo de ese reestablecimiento de relaciones. Lo encontré un hombre muy despierto, muy rápido de reflejos. Y se ofreció a pelear por nosotros, previendo lo que ocurriría después: «Si ustedes tienen problemas, pídanme ayuda; nosotros seremos malos para producir, pero para pelear sí que somos buenos», me dijo.
neruda y la buena vida

-Esa noche también vio a Herberto Padilla.
-Esa noche, los novelistas de la isla se reunieron en el bar de mi hotel para tomarse una copa conmigo. Así que, ya de madrugada, después de ver a Fidel, vi a Padilla, Lezama Lima, Pablo Armando Fernández... Fue una experiencia rara y causó un conflicto diplomático: tenían micrófonos en mi habitación, así que supieron de las críticas de Padilla y esa misma noche, al salir de mi hotel, le detuvieron. Padilla se convirtió en el chivo expiatorio, pero su detención sirvió para que los intelectuales comenzaran a reaccionar y a romper su idilio contra natura con Fidel.

-¿Y usted, cuánto tardó en romper su idilio con él?
-Fidel estuvo al corriente de todos mis movimientos en la isla: me vigilaban. Más adelante llegó a preguntarme: «¿Por qué me mandaron a un escritor?» le respondí: «Habrá que preguntárselo a su amigo Allende». Y él añadió: «Al principio de la revolución, nosotros cometimos el mismo error». No le gustaban los escritores. No se fiaba de los intelectuales. Somos criticones.

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