José Hugo Fernández
LA HABANA, Cuba, diciembre (www.cubanet.org) - El mambí está a punto de entrar en combate, y trae la orden de lanzarse a degüello. Por lo menos es lo que comentan muchos ahora mismo en las calles de La Habana. Y hay otros muchos que se cuidan de comentarlo, pero igual lo creen.
Se trata de una nueva bola sobre la posible unificación monetaria. Otra más, la última. Probablemente no menos disparatada que las anteriores. Sólo que en este caso rueda con detalles. Se afirma que el tan cacareado cambio tendrá lugar durante este mes. Y radio bemba está dando por seguro que tanto el cuc como el peso de moneda nacional van a desaparecer, integrándose en una moneda única, que según dicen que dijeron se llamará mambí.
La verdad es que ya comienza a aburrir este asunto de las bolas en torno al laberíntico dilema de la doble moneda. Pero hechos son hechos. Y salta a la vista que en los últimos días han crecido de forma desacostumbrada las colas frente a las casas de cambio. Del mismo modo crecen las preocupaciones de la gente que se ahorró centavo a centavo los menguados cuc para comprar productos de primera necesidad, y que de pronto teme que se los devalúen, bajo el riesgo de quedar sin los cuc y sin alternativas para adquirir tales productos.
El ambiente es de sainete. Por un lado, el régimen, que no encuentra la brújula para encaminarse hacia una mínima recuperación económica, sin la cual resultaría un desacierto de lesa brutalidad disponer la eliminación de la doble moneda. Por el otro lado, el pueblo, siempre desorientado y temeroso, desconfiando por instinto de las decisiones del régimen, cualesquiera que sean.
De nada vale que el propio presidente Raúl Castro haya calculado en público hace muy poco que se necesitan por lo menos cuatro o cinco años más para empezar a deshacer este entuerto provocado por su travieso hermano, como tantos otros.
La gente anhela que aparezca al fin una solución, pero como conoce el palo donde se rasca, aun cuando no domine a fondo las causas del desastre, se angustia a priori, y con razón, esperando que el remedio sea peor que la enfermedad.
Debe lucir paradójico, sobre todo para quienes nos ven mediante la nube de la indolencia, que es como suelen vernos desde arriba y desde lejos. Ocurre que vivimos tensos ante el insoluble problema de la doble moneda. Pero aún más tensos nos ponemos ante la eventualidad de que el régimen resuelva unificarla.
Por supuesto que igual o todavía más tenso que nosotros, por mucho que lo disimule, está el régimen, lo cual no le impide obtener ganancias redondas cada vez que una nueva bola sobre el tema empuja a la gente en maratón hacia las casas de cambio.
El único que continúa pasándosela como Carmelina, sin soponcios, es el padre del engendro. Como esos viejitos maliciosos que son expertos en el dominó, ha trancado el juego y ahora sólo le resta mirar hacia otra parte, como si con él no fuera.
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