10/13/2009

Porque los jóvenes cubanos miran a ambos lados más de dos veces antes de cruzar la calle.

Joven cubano N. A. Tamayo Formen.
Regicidio revolucionario.

Sucedía que ya estaba por ahí sin hacer nada, dando vueltas de un lado al otro. Había cambiado de canal no se cuantas veces, era la hora del noticiero y estaba pocholo el delincuente rodeado de unos jóvenes venezolanos, supuse que como siempre cualquiera inspira más confianza (por decirlo con otras palabras) que los jóvenes cubanos… Apagué el televisor y traté de escuchar música y continuar con algún libro, pero esa extraña sensación de vacío no me lo permitía.

Entonces sonó el teléfono, salí disparado a atender y era ella, traté de ponerme alegre pero me resulto imposible, aun así acepté ir a visitarla y llevarle mi ultimo cuento. Afuera sentí que el vacío era mayor cuando cerré la puerta tras de mí. Traté de hallarle una explicación y descubrí que no era la abundancia de tristeza o el silencio permanente o la ausencia de vías de escape, supe que era algo peor y traté de olvidarlo, pero, ¿Cómo se olvidan los años? ¿Cómo la sangre o el miedo? ¿Cómo la ausencia soledad?

Logré arrastrarme hasta la parada más próxima, que no era precisamente la indicada, pero eso también me daba igual. Traté de avistar algo alegre entre toda aquella madeja de desolación que es el tiempo de la espera, ese minuto interminable en que las cosas no marchan y entonces un pionerito me llamó señor y supe que no todo estaba perdido, <>, me dije. Intenté sonreírle mientras contestaba su pregunta, pero a lo más que llegué fue a una mueca. Luego un viejo comenzó a quejarse y el vacío se tornó fétido cuando todos lo miraron.

<> me dije y le dedique por unos segundo más mi atención al viejo, que hablaba de un presidente que no le da la cara a su pueblo y de unas reformas kamikazes que empantanan más al ideal y que después de una vida, ahora le decían que sí, que a partir de éste momento todo va a marchar, no me jodan, decía, a esta altura ya nadie se traga ese cuento, entonces otras voces, en su mayoría de personas mayores, comenzaron a unírsele y cuando el coro estuvo a punto de merecerse destacamento de respuesta rápida, decidí que era el momento de arrastrarme de regreso a mi cuarto.

Pensé en llamarla y explicarle que la soledad es la mejor compañía cuando se está a punto de explotar, pero preferí sentarme a escribir esto y luego dormí.

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