Por Aldo Rosado-Tuero - Nuevo Acción
Vladimiro Roca y un grupo de correligionarios se encuentran sitiados por la Seguridad del Estado y las turbas de Tom Tom Macoutes castristas azuzadas por el régimen, en la Capital de Cuba. Más adentro de la Isla Grande, otro opositor sufre igual situación: En Placetas, Antúnez y su esposa Iris, soportan con estoicismo y coraje el mismo asedio.
Llama poderosamente la atención el hecho de que todos los líderes, jefes o cabezas de la disidencia, oposición, resistencia o como quieran llamarle, no hayan acudido en masa a mostrar su solidaridad con los sitiados, echando a un lado las circunstanciales diferencias que han surgido en el roce y el calor de la lucha.
Se está desaprovechando una oportunidad de oro para colocar a la tiranía en una posición incómoda ante la opinión pública mundial.
Si el 90 % de los “líderes” más conocidas se hubiesen personado al unísono frente a las casas de los sitiados, reclamando respeto y libertad de movimientos para ellos, la prensa internacional no podría ignorar ese trascendental acto. Si la tiranía cometiere el error de detenerlos a todos, sería tal el escándalo que podría hasta descarrilarle el tren a los que dentro de la actual administración de USA, luchan a brazo partido por salvar de la hecatombe a la tiranía castrista.
Pero nada de eso ha ocurrido, ni parece que vaya a ocurrir en un futuro inmediato. La consigna entre los opositores parece ser de “sálvese el que pueda”.
Ante tamaña miopía política, cabe preguntarse ¿Qué impide que la solidaridad aflore entre los que se enfrentan a la tiranía? ¿No es un suicidio colectivo presentar ese frente resquebrajado e insolidario frente a la tiranía despótica y homogénea? ¿Cúando van los líderes de la oposición a dejarse de ver como rivales que compiten y se comenzarán a ver y percibir como socios en una misma empresa común, que aunque tengan diferencias, todos están de acuerdo en los resultados finales?
Los que hoy no están sitiados podrían alegar que cuando ellos han estado en problemas, los hoy perjudicados no movieron ni un dedo para solidarizarse con ellos. Y eso es verdad. Si lo sabremos nosotros que hemos iniciado campañas públicas y privadas para que eso ocurriera. Dos ejemplos: cuando Darsi Ferrer inició las marchas por Los Derechos Humanos y cuando las Damas de Blanco comenzaron sus caminatas. Nadie prestó la menor atención a nuestras exhortaciones; y algunos hasta se ofendieron. El tiempo, el mejor juez y maestro, los sitúo luego a ellos en la misma situación y entonces reclamaron la solidaridad que antes no quisieron brindar.
Ante estos hechos ya irreversibles, sólo cabe iniciar ya mismo, un cambio de actitud. Es imperativo olvidar el pasado y que alguien dé un paso al frente y rompa el infame círculo vicioso de la insolidaridad. Cuando un precursor, demostrando nobleza de alma, visión política y sobre todo espíritu solidario, se presente con algunos de sus seguidores a protestar frente a las casas de los sitiados, habrá dado un ejemplo, que podría impulsar a otros a hacer lo mismo, comenzando una ola de solidaridad que podría barrer con la tiranía, que no se atrevería a encarcelar a todos a la misma vez. ¿Quién se anima?
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