Disponiendo sólo de la madera con que se podría construir una chalupa, Fidel Castro pretendió erigirse en el Gran Timonel del trasatlántico del Caribe. Con la extensión territorial apenas suficiente para edificar una republiquita, se empeñó en alcanzar (sotto voce) todos los más pomposos y rimbombantes títulos que a megalómanos y aduladores se les han ocurrido.
Creyéndose predestinado para suplantar, en los anales de la Historia Universal, a
Carlomagno, Aníbal, Napoleón y Hitler, e imposibilitado de ensanchar los límites naturales de su feudo, dedicó todos los recursos de la nación a fomentar la subversión en medio mundo. El cálculo parece obvio: todo gobierno surgido del guerrillerismo, habría de ser, inexorablemente, títere suyo.
Cuántas veces se habrá visto a si mismo cubierto de entorchados y oropeles, asido al timón del Cubanic, y vitoreado por las muchedumbres que tanto desprecia.
Pero una cosa son los sueños,…
Uno de los rasgos distintivos de toda la “obra” del castrismo, ha sido la subestimación de la calidad. La construcción de esta colosal nave no habría de ser la excepción.
Desde su inicio, sus excesivas y desmañadas junturas requirieron demasiado calafate, y las vías de agua no han dado un minuto de reposo a las bombas de achique. Cíclicamente, ha afrontado –y logrado capear- pavorosas tormentas, que han terminado por desvencijar el chapucero armatoste.
El propio Gran Almirante en Jefe lo admitió hace veinte años, cuando apostrofó al ex General Rafael del Pino por haberlo abandonado: las ratas abandonan el barco cuando se está hundiendo.
A todas luces, una pifia del Gran Señor.
Afanado en establecer la peyorativa comparación, no se dio cuenta de su desliz, que ya no podía borrar de la memoria colectiva; por querer decirle rata a del Pino, admitió, probablemente sin darse cuenta, que el barco se está hundiendo.
Aunque “su” televisión se cuidó de hurtarnos las imágenes, las televisoras extranjeras –sobre todo, como es lógico, las vinculadas al exilio cubano- nos mostraron su trastabillante y aparatoso despetronque santaclareño. Lo que no pudo ni intentar escamotearnos, fueron sus grandes descalabros políticos, como el hundimiento del remolcador 13 de Marzo, el fusilamiento de los tres jóvenes de la lancha Baraguá, y el encarcelamiento de los setenta y cinco inermes disidentes.
Estos sucesos ampliaron las vías de agua hasta el punto de hacerlas irreparables, legado que no podría asumir, ni aunque lo quisiera, el eterno Don Segundo a la Sombra.
Hoy parece evidente que nuestros “heroicos” mandamases sólo muestran interés en dilatar, aunque sea un día más, el lento hundimiento del Cubanic.
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