3/25/2009

El cubano de Matxin

26.03.09 -J. G. PEÑA| ENVIADO ESPECIAL A SAN ISIDRO (LEÓN) - NorteCastilla

Iván Domínguez aprovechó una prueba en Estados Unidos para huir de Cuba y ahora compite en su primera carrera europea

El cubano de Matxin
Iván Domínguez posa antes de la salida en Sahagún./ RAMÓN GÓMEZ

A otros compañeros de equipo los habían sancionado por tratar de pasar tabaco de contrabando, su única manera de sacar algo de dinero. Al suspenderles, dejaban de cobrar. De comer. De esa necesidad, Iván Domínguez (La Habana, 32 años) sacó la voluntad para largarse de allí.

Miró hacia la puerta de salida del hotel. Sintió alfileres en la piel. Sólo unos días atrás estaba en Jaimanitas, su barrio habanero. Y se preparaba para regresar. Esa tarde habían concluido los Juegos de la Buena Voluntad, disputados en Nueva York. Tocaba vuelta.

Entonces hizo la llamada. Iván, compacto ciclista mulato de la selección cubana, agarró el teléfono y pidió a un amigo el número de su tío en Miami. No hizo falta dar más explicaciones. Los dos sabían ya lo que iba a pasar. «Tranquilo, llama a este teléfono», le aconsejó su colega. «Me dijeron que me esperaban a dos cuadras del hotel». Pero antes había que cruzar la puerta.

El hall estaba lleno de policías. «Me acerqué a un compañero de equipo y le di mis cosas. Para que se las llevara a mi familia». Y tiró de puntillas hacia la salida. «¿Está la farmacia abierta?», preguntó como disculpa. Dio el paso. Tenía que adelantarse a su destino. Salió del hotel y de Cuba. Hoy es ciudadano estadounidense, ciclista del Fuji Servetto y la Vuelta a Castilla y León es su primera ronda en Europa. Otro mundo tras la puerta.

Cuenta su ahora director, Josean Fernández Matxin, que conoció a Domínguez cuando era técnico del Mapei. «Tiene treinta metros salvajes», define. El zarpazo del velocista. De su palmarés cuelgan victorias en el Tour de California, Georgia, Missouri... Aunque su último gran triunfo ha sido obtener este año el pasaporte estadounidense. Lo buscaba desde 1998, desde que traspasó aquella puerta. «Ha costado. Llamamos a la embajada de Cuba para decirles que teníamos un corredor cubano al que queríamos arreglar los papeles y nos respondieron que no hay cubanos fuera de Cuba». Punto.

Punto y a parte. Domínguez insistió: «Pasé todas la entrevistas y exámenes para obtener la ciudadanía americana. He tirado el pasaporte cubano a un cajón». Hace un gesto de hartazgo, a juego con su historia. «Y mira, estoy encantado. El otro día en el aeropuerto, llegué con mi pasaporte americano y en quince segundos, listo. Con el cubano siempre estaba hora y media, me lo registraban todo». El lunes, en la salida de Paredes de Nava, se encontró con un viejo amigo, Lance Armstrong. «Me vio y me dijo: ¿tú, americano?». Así se siente. Mirada lejana a Cuba.

En un descanso de la Vuelta a Castilla y Léon aprovecha para hablar de la isla. «Empecé a andar en bici a los trece años». Un preparador llegó a su escuela y pidió voluntarios para eso del ciclismo. Se apuntó. Era un salida. «En Cuba no hay mucho que hacer. Además, todo está muy controlado». La bici era alternativa al tedio. «Me dieron una, pero la tenía que compartir. El otro chico se entrenaba por la mañana y yo por la tarde». Ciclismo comunal.

Destacó pronto. Veloz. Y lo metieron con una beca en el velódromo. Atado al horario marcial impuesto por la escuela de ciclismo. «Lo controlaban todo, la comida, la hora para ir a dormir...». El viejo sistema soviético. La fábrica de deportistas. Era el principio de los años noventa: la ¿era Induráin?. «Algo de eso se oía. Pero en la tele no pasaban las carreras».

El Tour pertenecía a otro planeta. El de Iván Domínguez tenía el reloj sin cuerda. Una juventud pasiva. Al menos, en casa había qué comer. Su madre trabajaba en el restaurante de la Escuela Nacional de Arte. Es de familia populosa: «Por parte de la 'amá' tengo seis hermanos, tres varones y tres hembras. Por parte del padre, otro varón y otra hembra. Y estos son rubios y de ojos azules, ja, ja, ja». Como el padre. De él tiene una imagen borrosa. Se largó de Cuba en 1980, cuando Iván tenía cuatro años. Subió a uno de los barcos del éxodo del Mariel, de aquella huida en masa consentida por Fidel.

No supo más de su padre hasta que, al poco de cruzar la puerta del hotel estadounidense donde huyó, se refugió en Miami. Desde allí consiguió hablar con él por teléfono. «Pero poco después falleció». La distancia es la tasa del exilio. Y hay aún más que pagar: «Tuve que empezar de cero. No quería saber nada de la bici».

En Miami buscó trabajo en una empresa de telas. Usaba la bici sólo para recorrer los ocho kilómetros hasta la fábrica. «Luego, unos amigos me animaron a entrenarme». Se levantaba a las cinco para rodar un rato. Los fines de semana competía. Y bien. Durante una carrera en Chicago, el equipo Saturn se fijó en él. «Yo no hablaba inglés. Así que dejé de ver la tele en español. Todo en inglés. Era la única forma de aprender el idioma». En esa lengua se hizo hueco en el circuito ciclista de USA. Dueño de los criteriums. Ciclista de nuevo.

«Y ahora, con pasaporte americano. Con el cubano no se podía hacer ni 'pin..'.* Como me marché de allí, no podía ni ir a las olimpiadas, ni a los mundiales ni nada. Ahora sí». Vive cerca de Los Ángeles, «el mejor sitio del mundo para entrenar», y habla sólo una vez al mes con su larga familia «porque llamar a Cuba es muy caro». No piensa en volver. No se girará hacia la puerta. «De Cuba todo el mundo quiere irse». Incluso en bicicleta.

*Editada

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