10/08/2008

Guevara: Misionero de la violencia

Por Armando de Armas

Ernesto Guevara de la Cerna, alias el Che, es uno de los más asesinos feroces que jamás haya parido el Hemisferio Occidental en toda su historia. Pero es un asesino de izquierdas, murió joven y era bonito. Digamos que ni pintado para convertirlo en una especie de santo comunista. Los comunistas no tenían mucho donde escoger, la verdad, dado lo poco atractivos que suelen ser los personajes que han hecho historia bajo la bandería de los rojos. Ni el calvo Lenin, ni el bigotudo Stalin, ni el flácido y verborréico Fidel Castro, muchísimo menos ahora que es un vivo-muerto o un muerto-vivo herido, mortalmente eso sí, de una poco heroica obstrucción intestinal, ninguno de ellos calificaba para mito. Pero el Che era otra cosa, al punto que sobrecumplió. Ya no es sólo una marca registrada del izquierdismo mundial; esa enfermedad que, como la tuberculosis en el romanticismo decimonónico, tiene un determinado encanto. Es también una marca registrada del capitalismo mundial, una que sirve lo mismo para vender cervezas que camisetas, llaveros que preservativos.

El éxito del Che Guevara ha sido tanto que algunos religiosos lo comparan ya, en el colmo de lo héretico, con nuestro Señor Jesús Cristo, en tanto espiritistas aseguran tenerlo obrando en sus bóvedas y paleros faenando en sus gangas.

El Che era una nulidad total, y lo era inclusive en aquellos oficios por los cuales más se le conoce: médico, economista y guerrillero. Como médico el fracaso es tal que algunos estudiosos aseguran que ni siquiera llegó nunca a graduarse de esa carrera, que de estudiante no pasaría. Como economista su mérito, probablemente único en la historia, consiste en haber firmado, al frente del Banco Nacional de Cuba, los billetes emitidos con su insípido apodo del Che. Como guerrillero llevó a cabo una invasión de Oriente a Occidente de la isla, que en puridad no era una invasión, sino una huída, una incursión, donde los combates no se ganaban, sino que se compraban a billetazo limpio a los corruptos oficiales del Ejército, y fue derrotado en el Congo de donde salió huyendo para terminar después, tras breve paso por una Habana en que ya no tendría cabida, en la inhóspita Bolivia para terminar capturado y luego muerto, resultado de una estrategia que, al decir del general boliviano Gay Prado que dirigió las operaciones de su captura, no se le hubiera ocurrido ni a un pobre cabo jefe de escuadra.

El libro Guevara: Misionero de la violencia, de los autores Pedro Corzo, Luis Guardia y Francisco Lorenzo, es un magnifico documento que, basado en el documental Guevara: Anatomía de un mito, acomete la agreste labor de desmitificar al personaje mítico por excelencia, uno configurado de irrealidades, fabulaciones y mentiras; una, como decía anteriormente, nulidad total. El texto recoge una serie de entrevistas filmadas en el mencionado documental, algunas ampliadas, más otras que nunca fueron incluidas en el mismo, de cuyo hilvanamiento va emergiendo la desalada personalidad del guerrillero más famoso del mundo, sobre todo su sello de identidad: la violencia.

Una violencia que muchos han tratado de explicarse, justificarse diría, apelando a sofismas que van de la visión consecuente de la necesidad de la lucha de clases asumida por el personaje al asma padecida por el personaje. Pamplinas. De entre las entrevistas hechas en este libro a estudiosos y analistas del Che Guevara, víctimas de sus tropelías, o hijos de las víctimas, ex compañeros de armas de la guerrilla, hombres que le combatieron y otros que simplemente se cruzaron en su camino, por azar o destino, emerge la figura de un hombre violento y despiadado, sediento de sangre como el mismo Guevara se describe en algún momento de su vida. Un hombre que recurre a la violencia no para servir con eficacia a una causa determinada, sino uno que recurre a una causa determinada para servir con eficacia a su violencia. En eso hay que reconocer que el hombre era perspicaz, se dio cuenta de que si ud. quiere ser un asesino en serie y en serio, y por otra parte pasar a la historia como un defensor de los pobres, métase a comunista. Claro, hay que decir que Ernesto Guevara sobrepasó, sobrecumplió con creces, las expectativas.

El Instituto de la Memoria Histórica Cubana contra el Totalitarismo, que dirige Pedro Corzo, es la entidad que publica este libro y que, por otra parte, ha venido realizando a través del tiempo una meritoria labor de documentar, desmitificar, el devenir cubano de los último cincuenta años, y que sin dudas un día servirá a los historiadores profesionales del futuro para armar el muñeco de la verdadera historia, o al menos lo más cercano posible a la verdadera historia, de lo que ha sido este tiempo de dominio totalitario, y de lucha contra ese dominio, en la isla de Cuba.

El libro que nos ocupa pasará como un aporte fundamental, dado su incuestionable valor testimonial, a la desmitifación del Che Guevara. A pesar de ello, es bueno advertir, no pequemos de optimismo, ese mito prevalecerá aún por largo tiempo, pues los mitos, ya sabemos, son muy difíciles de desmantelar. No hay ningún misterio en ello. El material de los mitos es inmune a las evidencias, reacio a las pruebas. Frente a ello se deben hacer al menos tres cosas: documentar, documentar y documentar, con la esperanza de que tanto va el documento a la fuente que, no hay remedio, un día se rompe el mito, un día quizá lejano en el tiempo aún. Para cuando ese día llegue, hay que decir que Pedro Corzo, Luis Guardia y Francisco Lorenzo hicieron justo lo que tenía quehacer.

Guevara: Misionero de la violencia hace gala de un adecuado manejo de las citas y referencias, de manera que no hay en el mismo afirmaciones gratuitas. Por otro lado, este es un libro sosegado, nada de estridencias, de adjetivaciones innecesarias, no obstante, debemos que decir que se sacan al menos dos conclusiones de este texto que no son precisamente sosegadas y que pudieran parecer estridentes, o, seamos precisos, al menos yo saco dos conclusiones que no son precisamente sosegadas y que pudieran parecer estridentes. Una es que el Gobierno de Bolivia hizo lo correcto al eliminar al Che Guevara: lo convirtió en un mito pero los mitos no matan, entretienen y punto. La otra es que sentó un precedente, ofreció un método simple y seguro para proceder con estos asesinos en serie con ínfulas de ingenieros sociales, llámense Guevara, Bin Laden, Castro o Chávez: pasaporte al otro mundo para que este sea un mundo mejor, o al menos más tranquilo.

NetForCuba

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