Huelva Información
PUEDE que la noticia haya pasado más o menos desapercibida pero la realidad es que el cantante cubano Gorki Águila tuvo que pagar una multa de 600 pesos cubanos -unos 30 euros-, quedando en libertad después de haber sido juzgado por un delito de "desobediencia". Águila, conocido por sus críticas al Gobierno de Cuba, había sido detenido en La Habana y juzgado en el Tribunal Municipal de Playa, "aunque no por un delito de peligrosidad social, como se informó en principio, que prevé -asegura la noticia- de uno a cuatro años de cárcel".
Son cuestiones que nos suenan familiares. Incluso el concepto de "peligrosidad social" como delito, resulta propio de dictaduras conocidas, sobre todo para nosotros, como siniestros recuerdos de una larga pesadilla de oligarquías, abusos autoritarios y falta de libertad. En Cuba es frecuente, lo cual evidencia que "Los cubanos ya no se creen que Raúl vaya a cambiar el destino de la isla", como figuraba en el titular que publicaba nuestro periódico el pasado domingo, presidiendo una crónica reafirmando la certidumbre de que Raúl Castro, seis meses después de haber sucedido a su hermano en la presidencia de Cuba, no ha cambiado nada.
Aquellas disposiciones iniciales del mandatario castrista fueron un arreglo ligeramente cosmético para certificar de inmediato que todo seguía igual. La liberación de la venta de móviles, ordenadores y DVDs, la posibilidad de alquilar un automóvil o alojarse en un hotel de lujo, vedado hasta ahora a los cubanos, parecen fútiles licencias en una sociedad que vive con muchos de sus derechos civiles aherrojados y una ausencia total de libertades, como prueba la sanción del popular rockero crítico con el régimen.
Los cubanos están hartos de promesas en un clima que sigue siendo políticamente irrespirable, intolerante y difícil para cualquier ciudadano cansado de un sistema que no lleva a ninguna parte y los encadena sin futuro. De todo ello se desprende una amargura profunda, fruto de la incomprensión, la intolerancia social y la arbitrariedad. Hay que leer el tercer libro del escritor cubano Pedro Juan Gutiérrez, "Animal tropical", donde se refleja desgarradamente la lucha por la vida en La Habana actual que se desmorona a pedazos, para ver claro el símbolo fatídico de una inexorable agonía.
Fidel ha sucedido a Fidel, aunque se llame Raúl. Sigue un régimen sin sentido en una Cuba cuyas generaciones jóvenes, aún sin renunciar a la vigorosa identidad que insufló el castrismo, viven alentando una apertura que esta esclerotizada dictadura no va a permitir. Unos sobreviven en la intolerancia, otros muchos eligieron el exilio. Mientras no haya elecciones libres y democráticas todo es un penoso desengaño.¡Y pensar que todavía hay quienes tienen a Cuba como mito de sus herrumbrosas y carcomidas ideas!
Son cuestiones que nos suenan familiares. Incluso el concepto de "peligrosidad social" como delito, resulta propio de dictaduras conocidas, sobre todo para nosotros, como siniestros recuerdos de una larga pesadilla de oligarquías, abusos autoritarios y falta de libertad. En Cuba es frecuente, lo cual evidencia que "Los cubanos ya no se creen que Raúl vaya a cambiar el destino de la isla", como figuraba en el titular que publicaba nuestro periódico el pasado domingo, presidiendo una crónica reafirmando la certidumbre de que Raúl Castro, seis meses después de haber sucedido a su hermano en la presidencia de Cuba, no ha cambiado nada.
Aquellas disposiciones iniciales del mandatario castrista fueron un arreglo ligeramente cosmético para certificar de inmediato que todo seguía igual. La liberación de la venta de móviles, ordenadores y DVDs, la posibilidad de alquilar un automóvil o alojarse en un hotel de lujo, vedado hasta ahora a los cubanos, parecen fútiles licencias en una sociedad que vive con muchos de sus derechos civiles aherrojados y una ausencia total de libertades, como prueba la sanción del popular rockero crítico con el régimen.
Los cubanos están hartos de promesas en un clima que sigue siendo políticamente irrespirable, intolerante y difícil para cualquier ciudadano cansado de un sistema que no lleva a ninguna parte y los encadena sin futuro. De todo ello se desprende una amargura profunda, fruto de la incomprensión, la intolerancia social y la arbitrariedad. Hay que leer el tercer libro del escritor cubano Pedro Juan Gutiérrez, "Animal tropical", donde se refleja desgarradamente la lucha por la vida en La Habana actual que se desmorona a pedazos, para ver claro el símbolo fatídico de una inexorable agonía.
Fidel ha sucedido a Fidel, aunque se llame Raúl. Sigue un régimen sin sentido en una Cuba cuyas generaciones jóvenes, aún sin renunciar a la vigorosa identidad que insufló el castrismo, viven alentando una apertura que esta esclerotizada dictadura no va a permitir. Unos sobreviven en la intolerancia, otros muchos eligieron el exilio. Mientras no haya elecciones libres y democráticas todo es un penoso desengaño.¡Y pensar que todavía hay quienes tienen a Cuba como mito de sus herrumbrosas y carcomidas ideas!
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