Diario Las Américas
Me permito tratarte directamente y por tu edad avanzada y delicado
estado de salud, dejo a un lado el protocolo de las jerarquías y el
lenguaje agresivo del adversario. Envío copia de esta carta a
Fidelito, tu hijo mayor, que sé que la va a apreciar, por el cariño
mutuo que nos profesábamos en el barrio las dos familias, cuando él
era un niño y yo iba saliendo de la adolescencia.
Preferiría no tener que comenzar esta carta en primera persona, pero
el tema me obliga por la premura de presentar evidencias rápidas y
directas. Así que comienzo con mi experiencia humana, de dolores
imborrables, como testigo de excepción de que en Cuba sí se tortura.
Aún tengo en mi cuerpo y en mi mente las cicatrices de las torturas
que recibí en las cárceles cubanas del régimen estalinista, impuestas
por tu voluntad: unas recibidas en el campamento de Las Mercedes, en
la Sierra Maestra; otras en la celdas de los condenados a muerte del
Castillito en Santiago de Cuba; y las más visibles, las cicatrices de
las heridas de bayonetas recibidas en el plan de trabajo forzado en la
prisión de Isla de Pinos.
Te cuento, en mi primer día de prisión en el campamento de Las
Mercedes, en horas de la medianoche, fui sacado de la barraca de los
prisioneros políticos para ser sometido a un simulacro de
fusilamiento.
Supongo que puedas imaginarte lo que es un simulacro de fusilamiento.
Me pararon ante un grupo de soldados con armas largas que me apuntaban
en un lugar apartado, bajo la amenaza de que sería fusilado
inmediatamente, y los compañeros en el campamento, quedaban con la
convicción de que sería ejecutado.
Así estuve varios minutos en espera de la muerte, entre fusileros,
amenazas y ofensas a mi persona. Tenía entonces 21 años de edad.
Todo con la finalidad de amedrentarme y de quebrarme mentalmente, pero
finalmente se escucharon unos disparos al aire y yo quedé con vida.
Era un simple simulacro de fusilamiento. La historia me hace pensar
que este método despreciable deben haberlo aprendido tus represores de
las enseñanzas de Stalin.
Unos días después, ya en las celdas de condenados a muerte del
Castillito en Santiago de Cuba, era sacado a interrogatorios en horas
de la madrugada, donde obligaban a los prisioneros a quitarse la ropa.
Desnudo fui introducido en un cuarto frío, casi a nivel de
congelación. El oficial con abrigo y el prisionero desnudo. La tortura
del frío es destructiva por la sensación de desamparo.
También en las celdas de los condenados a muerte, de madrugada salían
unos ratones grandes, que se unían al plan de atemorizar al
prisionero. Por suerte con mi edad, entonces, no era friolento y
finalmente entablé amistad con los ratones.
Inclusive tengo un poema dedicado “al ratón que me mordisqueó el pie
izquierdo mientras esperaba la muerte”. Se lo enviaré adjunto a
Fidelito para que lo lea y así entienda con más claridad todo este
drama muy triste de Cuba.
Salto al horror inconcebible del Plan de Trabajo Forzado en la prisión
de Isla de Pinos, donde se impuso a los reclusos un humillante trabajo
esclavo, matizado de torturas y de violencias inusitadas. Aquello fue
un abuso cruel, masivo y a mansalva contra toda la población penal.
Golpes, pinchazos a punta de bayonetas y disparos indiscriminados.
Miles de golpeados, cientos de heridos y doce reclusos asesinados en
un período de tiempo de dos años.
En mi pierna derecha tengo visibles las dos cicatrices por heridas de
bayonetas y mis espaldas todavía se sienten adoloridas por los cientos
de golpes recibidos.
Pero el recuerdo más lacerante, debo confesarte que no son mis
cicatrices ni el recuerdo de los golpes, sino haber sido testigo del
asesinato, entre otros, del estudiante y amigo Ernesto Díaz Madruga,
que a golpes de bayoneta le atravesaron el recto y los órganos
interiores cercanos, y murió a las pocas horas. Moriré acordándome de
todos estos prisioneros jóvenes torturados y asesinados. Me saltan a
la mente los nombres de Diosdado Aquit, Paco Pico, Julio Tang, Pedro
Luis Boitell, entre tantos.
Ahora me viene a la mente la tortura de la zanja de excrementos en
Isla de Pinos. Esta tortura la padecí en dos ocasiones, junto a mi
hermano Juan Antonio y Emilio Adolfo Rivero Caro.
Debo confesarte que nunca imaginé una tortura más cruel y soez. Nos
empujaban a golpes de bayoneta dentro de la zanja, por donde corrían
los excrementos de la prisión. Y los golpes llovían porque los
carceleros pretendían que limpiáramos la zanja.
¡Te imaginas, limpiar una zanja de excrementos! Siempre salíamos de la
zanja heridos en una mano, el brazo o la espalda, y por supuesto,
molidos de golpes de bayonetas y llenos de salpicaduras de excrementos
por todo el cuerpo.
Después, cuando llegábamos a la celdas de castigo, teníamos una
tortura adicional, pues nos quitaban el agua.
Pero, aunque te sorprenda Fidel, hubo torturas mayores que las que
relato personalmente. Tú debes saber de la tortura en la piscina de
Villa Maristas, donde metían y todavía meten al prisionero con una
capucha en la cabeza, para que sienta que se ahoga.
Y debes conocer la tortura salvaje de la “Gavetas”, donde metían a
seis o siete reclusos en una jaula de cuatro pies de ancho con seis
pies de alto, con capacidad física para un ser humano. Los reclusos
tenían que turnarse para dormir, y como la jaula no tenía letrina, las
necesidades tenían que hacerlas dentro de la misma jaula.
Hay una tortura colectiva final, que no debo pasar por alto, cuando el
presidio de Isla de Pinos fue dinamitado, para hacer reventar a todos
los prisioneros de un solo golpe de TNT.
Supongo que ninguna de estas torturas o maltratos las recibiste en tu
prisión de Isla de Pinos. Pero el tiempo periodístico no me da para
proseguir. Durante los casi 50 años de existencia del comunismo en
Cuba, todos estos maltratos y torturas se han mantenido.
Hoy a los oposicionistas y disidentes pacíficos los detienen y golpean
en los carros policiales, como recientemente a Antúnez y a Fariñas.
A las Damas de Blanco, que pacíficamente intentaron llevarle una carta
a tu hermano Raúl, pidiendo la libertad de sus familiares presos, las
arrastraron por la Plaza de la Revolución. ¡Qué cobardía!
Obviamente sé, que te han molestado los acuerdos de la Unión Europea
que ratifica la existencia de presos políticos y la falta de libertad
de expresión y de reunión en Cuba. Sé que te vanaglorias de que en la
Cuba revolucionaria, desde 1959, se han graduado maestros y médicos en
cantidades grandes. Y que la atención médica es gratuita.
Todas esas gratuidades me alegran por el pueblo, aunque lamento ver a
una Cuba dividida, con dos millones de exiliados, con un déficit de
dos millones de viviendas, con el marabú (amargo y no comestible)
siendo el sembrado más masivo de la agricultura, y lo peor Fidel, con
una Cuba sin siembra de libertades y de esperanzas.
Debo concluir diciendo, que nunca he deseado el mal de nadie, por lo
tanto, tampoco deseo tu mal. Sé que estás enfermo y que hablas con
dificultad, pero no tengas duda de que en Cuba se ha torturado y
reprimido al pueblo con los métodos más crueles y salvajes, aprendidos
del estalinismo.
Tú lo sabes, pero no has tenido el valor de reconocerlo y de terminar
con el régimen de terror implantado en la isla. La libertad no es
autoritaria y tú de has enamorado del autoritarismo, que es brutal.
Tarde o temprano vendrá el ocaso de tu régimen estalinista, que se
derrumbará con se derrumbaron la Unión Soviética y el Muro de Berlín
en Alemania comunista.
Con torturas, con fusilamientos y con prisiones Fidel, no se construye
un país civilizadamente, aunque haya médicos y maestros.
Con la esperanza de que en Cuba más nunca en su historia se torture a
un ciudadano y que pronto la libertad reine entre todos los cubanos,
Se despide un viejo adversario.
Alberto Müller
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