3/01/2008

Pesadilla en el Caribe


La Nueva España - A finales de la década de los ochenta y principios de los noventa del pasado siglo circulaba un chiste por La Habana que, como tantos otros, venía a explicar con humor la situación de la isla. Decía así: «Los tres mayores logros de la revolución cubana han sido la salud, la educación y la soberanía nacional, y sus tres mayores fracasos, el desayuno, el almuerzo y la cena».
Andrés Oppenheimer, columnista de «The Miami Herald» y de «El Nuevo Herald», ganador del premio «Pulitzer» en 1987 por la cobertura del escándalo Irán-contras, recordaba estos días, a raíz de la renuncia a medias de Castro, cómo «los cubanos ganan un promedio de apenas 12 dólares semanales; los subsidios alimenticios del Gobierno les alcanzan, con suerte, para dos semanas; tienen un sistema de «apartheid» que, de hecho, no les permite entrar a los hoteles y restaurantes frecuentados por turistas, y la gente puede ir a la cárcel por leer periódicos extranjeros considerados propaganda enemiga». Cualquiera que haya estado en Cuba alguna vez puede dar fe de ello.
La pregunta que se hace Oppenheimer, y que tantas veces nos hemos hecho otros, es si la revolución valió la pena, aun admitiendo que en su día estuvo justificada. Esto último, no obstante, ha pasado a mejor historia teniendo en cuenta que la dictadura de Castro, que la vieja guardia pretende perpetuar, se ha impuesto sobre miles de vidas, ha separado familias enteras y ha empobrecido el país hasta límites insospechados.

La salud, bien, gracias, pero limitada por la falta de recursos materiales. La educación, bueno, ha servido para alfabetizar a la población y, de paso, adoctrinarla, tratándose, como se trata, de uno de los logros por los que el régimen saca pecho cada vez que difunde los datos del Índice de Desarrollo Humano de las Naciones Unidas, que se ocupa de los estándares citados. Oppenheimer explica en su último análisis cómo Cuba tiene el mejor índice de alfabetismo de la región y el tercero en expectativa de vida, pero recuerda, al mismo tiempo, que antes de 1959 era uno de los países más avanzados de Latinoamérica. De hecho, tenía el índice de mortalidad infantil más bajo de la región y ocupaba el cuarto lugar en alfabetismo, después de Argentina, Chile y Costa Rica. Fue, además, tras Estados Unidos, el país que primero dispuso de televisores en los hogares.
Fulgencio Batista jugó en los últimos años el papel de dictador. Pero, ¿qué ha sido Fidel Castro durante todo este tiempo? ¿O no es el castrismo un régimen dictatorial cruel y execrable? El archivo cubano de Nueva Jersey asegura tener documentados 4.073 fusilamientos y 3.000 muertes de personas que no fueron juzgadas en Cuba desde la toma del poder por Castro en 1959.

Para la violación de los derechos humanos no hay una explicación oficial, salvo negar y ocultar los hechos. La única disculpa que se ha esgrimido hasta ahora para justificar la decadencia y el empobrecimiento es el embargo de Estados Unidos, que los castristas llaman bloqueo, pero eso no hay quien se lo crea. Y se sostiene aun mucho menos si hay que fiarse de los datos que publica la revista «Forbes», que atribuye a Castro una fortuna de 900 millones de dólares.

Oppenheimer es un buen periodista, pero un mal futurólogo. En 1992 predijo la inminente caída del comunismo en la isla, en su libro «La hora final de Castro» y, sin embargo, hasta aquí hemos llegado. Y seguimos con la «vieja trova». Bien es cierto que a principios de la década de los noventa, a partir de la ejecución del general Arnaldo Ochoa, la caída del Muro, la Glasnost y la Perestroika, el régimen sufrió sus mayores sobresaltos, vivió las horas más difíciles y llegó a parecer que tenía los días contados. En la isla, mientras tanto, se reactivó la campaña de terror psicológico contra todo tipo de activismo anticastrista. El objetivo era la paralización por el miedo. En 1991 Castro puso en marcha las llamadas brigadas de respuesta rápida, formadas por voluntarios, con la responsabilidad de reprimir, con bates, garrotes o piedras, cualquier demostración de protesta. El chavismo se inspiró más tarde en este tipo de matonismo callejero para actuar en Venezuela contra la oposición.

Por ese tiempo estuve en Cuba y, pese a los filtros que se le imponen al visitante, pude comprobar hasta dónde alcanzan la degradación y la indignidad. Viví la peripecia de un sujeto que se coló, estando ausente, en la habitación que ocupaba del hotel Nacional con el fin, nunca confirmado pero sí muy probable, de registrarla después de habérseme presentado como disidente. Indudablemente era un agente castrista, eso sí lo pude confirmar más tarde aplicando la lógica. Las cosas no es que hayan ido a mejor en los años siguientes para el pueblo, pero el castrismo supo cómo bailar, primero en la cuerda floja, y refugiarse más tarde en Chávez para reflotar, aunque en unas condiciones penosas.

Un periódico nacional titulaba el otro día el relevo en el régimen con la mejor y más sencilla idea en su portada: «Castro sucede a Castro». Raúl por Fidel, pero contando con este último para todo. Así que, más de lo mismo.
Guillermo Cabrera Infante, que murió en el exilio, escribió amargamente: «Cuba no existe ya para mí más que en el recuerdo o en los sueños, y las pesadillas. La otra Cuba (aun la del futuro, cualquiera que éste sea) es de veras un sueño que salió mal». La pesadilla continúa.


Bibliografía
«La hora final de Castro». Andrés Oppenheimer. Javier Vergara Editor. «Castro's final hour», edición original en Simon & Schuster.

«Mea Cuba». Guillermo Cabrera Infante. Plaza & Janes.

«Vida, aventuras y desastres de un hombre llamado Castro». Carlos Franqui. Planeta.

«Cuba, hoy y después». Jacobo Timerman. Muchnick Editor.

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