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Jorge G. Castañeda
Yucatan.com.mx - Es sabido que desde los años 60 el PRI y la revolución cubana llegaron a un acuerdo por lo menos tácito de no agresión. Los términos son bien conocidos: a diferencia de lo que Cuba hacía, hizo y hace en toda América Latina, sin excepción —apoyar, armar, entrenar grupos revolucionarios cuyo objetivo final es la toma del poder— se abstendría de hacerlo en México, y éste mantendría relaciones diplomáticas aéreas (mínimas) y comerciales (raquíticas) con la isla, y se abstendría de cualquier comentario o acción que fuera vista por La Habana como injerencia, dejando la acepción del término a Cuba. Es sabido también que parte del entendimiento fue que México le permitiera a la CIA monitorear de cerca las actividades de la inteligencia cubana y que les permitiría monitorear los viajes de mexicanos y americanos a Cuba. Conviene leer la obra de Weiner, “A Legacy of Ashes: The History of the CIA”, y la biografía sobre Scott, jefe de estación de la CIA de los 50 a los 60: “Our Man in Mexico City”, de Morley.Ese pacto fue útil a ambos, sin duda, pero dependía de una doble complicidad. La primera, la que padecieron muchos mexicanos asilados en Cuba en los 60 y 70, fue la completa complicidad de la inteligencia cubana con Gutiérrez Barrios para el seguimiento, vigilancia y control de la izquierda mexicana. La otra involucraba la adopción por el régimen priista de un doble rasero en su política internacional: México denunciaba, con razón, a las dictaduras derechistas de Latinoamérica, el “apartheid” en Sudáfrica y repudiaba las intervenciones de EE.UU., Francia, Inglaterra o Israel en el tercer mundo, pero no mencionaba la violación a los derechos humanos en Cuba, la falta de democracia y la constante intervención cubana en toda América Latina y en África también, salvo en México.
La complicidad de la inteligencia cubana con la mexicana se comenzó a debilitar con el ocaso de la ascendiente de Gutiérrez Barrios sobre el aparato: al disolverse la DFS en 1985 y profesionalizarse el Cisen en 1994, se volvió cada vez más difícil una complicidad por definición inconfesable. Por otro lado, el doble rasero mexicano con Cuba también comenzaba a tornarse insostenible a partir del advenimiento de la democracia en México, de su apertura al mundo y de la firma de compromisos internacionales en materia de democracia y derechos humanos (Zedillo) y sobre todo, a partir de la alternancia en 2000 (Fox).
Sería deshonesto e ingenuo sostener que quien rompió el pacto fue Cuba. A pesar de ciertas versiones (Rico y De la Grange) sobre la presencia de Marcos en Cuba, el convenio implícito se empezó a romper con el discurso de Zedillo en noviembre de 1999 en la Cumbre Iberoamericana en La Habana, con el encuentro que le ordenó a su secretaria de Relaciones Exteriores con los disidentes en la Embajada de México y, por supuesto, con la visita de Fox y su contacto con los disidentes y el voto en la CDH de la ONU en 2002. Huelga decir que no sólo fueron acertadas todas estas decisiones, sino que eran inevitables: un país democrático no podía sostener pactos suscritos por y entre regímenes autoritarios. Pero ni nos chupábamos el dedo ni hay que hacerlo ahora. La ruptura mexicana del pacto liberó a Cuba de sus compromisos. Y así sucedió. Empezó a mover sus peones en México, a organizar todo tipo de travesuras en todo el país, a interferir en el proceso electoral en 2004 a través del sainete “Ahumada”, y a “coachear” a sus compinches venezolanos en la construcción de una quinta columna: los Círculos Bolivarianos en México. Ya a partir de 2006 comenzaron a enviar maestros, médicos e instructores en cantidades importantes a Michoacán y Coahuila, y a permitir la emigración a EE.UU. vía México. En 2007, según EE.UU., entraron 15,000 cubanos vía México; pueden haber sido más. Y por lo que informa el WSJ, ha sido Dagoberto Díaz Orgaz, agente cubano, quien reclutó a los mexicanos para las FARC.
Dudo que se vuelva a meter la pasta de dientes en el tubo y reconstruir el pacto. Desde luego sería un error intentarlo. Como me permití decirlo en La Habana en febrero de 2002, “terminó la era de las relaciones de México con la Revolución cubana; empiezan las relaciones entre México y la República de Cuba”. Significa que México debe tratar con las actividades cubanas en nuestro país como con todas las democracias del mundo: dentro de la Convención de Viena todo, fuera, nada; o sea, traerlos cortitos.— México, D.F.
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