1/08/2008

Arquitectura de la humillación



El 'Protestódromo' y la manipulación de la historia en los espacios
públicos.

Laura García Freyre, La Habana

martes 8 de enero de 2008 6:00:00
Cuba Encuentro

Hace ocho inviernos, por estas fechas, la Isla estaba por comenzar una
de sus "batallas" cuando se discutía sobre el "secuestro del niño Elián
González por el imperialismo yanqui". Era el preámbulo de lo que meses
después se llamó "la batalla de ideas", que a la larga no ha sido más
que un episodio de lucha en el que se han disparado más discursos y
recursos simbólicos que balas. Uno de sus vestigios físicos que aún
permanece en La Habana es la "Tribuna Antiimperialista", escenario que
ha servido como espacio para la condena oficial "contra los abusos y
crímenes de Estados Unidos contra la patria".

La arquitectura y el poder

Muchos han sido los dictadores a lo largo de la historia que se han
empeñado en dejar su rastro físico a través de majestuosas huellas
arquitectónicas, la mayoría de las veces con resultados estéticos
grotescos e imponentes, quizá como un rasgo más de aquello que
simbolizan. Es cierto que en Cuba no hay un solo monumento similar al de
La Larga Marcha de Mao —exceptuando el del Che en Santa Clara—. Las
únicas estatuas de presidentes son los restos de las de Tomás Estrada
Palma (conocida popularmente como "el monumento al zapato") y José
Miguel Gómez, contrastando con el número de monumentos y bustos a José
Martí y, más recientemente, a Simón Bolívar.

Los espacios relacionados en lo simbólico con la revolución son en
realidad obras públicas heredadas de la república y transformadas por el
régimen, como el antes llamado cuartel Moncada, hoy "Ciudad Escolar 26
de Julio" y museo sobre el ataque ocurrido en 1953. La actual Plaza de
la Revolución era, antes de 1959, la Plaza Cívica de la República; del
mismo modo, el Palacio Presidencial, lugar donde despacharon los
presidentes de 1920 a 1965, se convirtió en 1974 en el Museo de la
Revolución y, dos años después, se inauguró el Memorial Granma, que
completa la muestra museográfica, básicamente sobre el período de la
historia de Cuba entre 1953 y 1959.

Durante los últimos cincuenta años ha habido un grave deterioro e
incluso destrucción de múltiples edificaciones, por lo tanto es probable
que la tribuna antiimperialista, como construcción del castrismo, sea la
muestra más palpable de la arquitectura al servicio del poder. Si bien
es cierto que la tribuna antiimperialista es bastante pobre, comparada
con las edificaciones hechas durante la Alemania nazi, por ejemplo, el
también llamado "Protestódromo" no deja de ser humillante e imponente
por el empleo excesivo de recursos monetarios y por la manipulación de
la historia del país que se representa en el espacio público.

Haciendo un poco de historia, el espacio físico que hoy ocupa la tribuna
antiimperialista fue antes el Parque 4 de Julio, un lugar de
esparcimiento y descanso, que en lo simbólico celebraba la independencia
de Estados Unidos. Cuando comienza la batalla legal por la custodia de
Elián González, a fines de 1999, con una serie de marchas, tribunas
abiertas y protestas frente a la Oficina de Intereses de Estados Unidos
de Norteamérica, se estableció la "imperiosa necesidad" de construir un
espacio "cívico" permanente, donde el pueblo pudiera hacer público el
reclamo por la devolución del niño.

La organización y supervisión de la tribuna fue encomendada a la Unión
de Jóvenes Comunistas, que puso al frente de la obra a los ingenieros
Annia Martínez, Armando Sánchez y Antonio Palacio, y a 198 obreros,
técnicos, ingenieros y arquitectos, con un máximo de 500 trabajadores,
de acuerdo con cifras oficiales. En jornadas de 24 horas, cumplieron en
59 días el "compromiso con la patria", que inicialmente estaba planeado
en 80 jornadas de trabajo.

La tribuna cuenta también con moderna tecnología de audio y luces: un
espacio concebido para 1.500 personas sentadas y 3.000 de pie, más otras
100.000 ubicadas en los alrededores. Todo un récord para un país cuya
industria de la construcción ha estado permanentemente en crisis desde 1959.

Una vez que el gobierno de Estados Unidos regresó a Elián González, la
tribuna antiimperialista José Martí se planteó como un escenario para
gritar y enseñar la rabia. Desde entonces, y con Elián de por medio (un
niño como figura central para justificar la resistencia), comienza la
"batalla de ideas", con el "Juramento de Baraguá" como legitimante
histórico y, como escenario, la tribuna antiimperialista.

El espacio y la ideología

Los espacios públicos no son estáticos y no están carentes de contenidos
político-ideológicos, pues son, como dice Habermas, el lugar donde se
expresa el poder. Por lo tanto, la tribuna es un reflejo de la voluntad
del Estado cubano de reinventar, una vez más —si eso fuera posible—, a
José Martí para nuevas batallas, aunque en este caso bien se aplica lo
que dijera el viejo Marx: "el despertar de los muertos no sirve para
glorificar nuevas batallas, sino sólo para hacer parodias de aquellas".

La estatua de José Martí (realizada por el escultor Andrés González y
colocada a la entrada de la Tribuna) es una nueva versión del héroe
independentista: un Martí fornido, con grandes pectorales y gruesas
piernas, que sostiene a un niño (¿Elián?), que virilmente se para frente
al enemigo y, con el brazo izquierdo extendido, señala de manera
acusatoria, quizá, hacia el imperio, en este caso la Oficina de
Intereses de Estados Unidos. De acuerdo con el propio escultor, la idea
es de un Martí protector y acusador, que sostiene en sus brazos a la
niñez, como el futuro de la humanidad, y la fortaleza física del
monumento no es un acto gratuito, sino que "simboliza la fuerza de las
ideas de los cubanos".

José Martí y Simón Bolívar quedan hermanados en el pedestal (que, según
el mismo González, figura las rocas marinas), por medio de frases de
estos dos personajes, referentes a Estados Unidos y sus intereses sobre
América Latina en dos momentos y dos contextos del siglo XIX. La
ideología expresada en este pedestal fuerza a la historia, en un intento
de justificar la alianza ideológica-comercial, esa sí, de Fidel Castro y
Hugo Chávez.

Al hacer una lectura de la tribuna, observamos que José Martí la
preside. A su lado, Simón Bolívar, y como apoyo lo nacional, simbolizado
en diez torres verticales que representan la Palma Real. En la base de
éstas se hayan fijas placas con nombres de personajes históricos que, de
acuerdo con criterios no del todo claros, representan "lo mejor" del
género humano.

De este modo, Yasser Arafat y las víctimas de la masacre de Hiroshima y
Nagasaki, conviven con el arquitecto Frank Lloyd Wright, la sordociega
Hellen Keller y los escritores Ernest Heminway, Mark Twain y Walt
Whitman, estos últimos como muestra de que "la lucha es contra el
imperio y no contra su pueblo", según fuentes oficiales.

En la base de otra Palma Real figuran personajes cuya presencia no
alcanzamos a entender: Diego Rivera, Julio Cortázar, Pablo Neruda, José
Carlos Mariátegui, David Alfaro Siqueiros, César Vallejo, Ezequiel
Martínez Estrada, entre otros. Si bien algunos de ellos fueron
comunistas, o expresaron simpatías hacia esta ideología, como el pintor
mexicano Diego Rivera, ello no basta para catalogarlos como "lo mejor
del género humano".

Llama la atención la Palma Real con placas de personajes cubanos. Los
nombres colocados en la parte superior son nada menos que Lenin, Marx y
Engels, y de ahí saltan a Julio Antonio Mella, Ernesto Guevara, Camilo
Cienfuegos, Celia Sánchez, Antonio Guiteras, Juan Marinello, Mártires
del Moncada, etc., como si todos ellos formaran parte de una misma orgía
revolucionaria, en la que ya no se distingue entre diversidad de
procesos ni contextos históricos.

Por tanto, no podemos pretender que las placas colocadas sean actos
inocentes, sino concluir que se trata de una representación de la
manipulación que se ha hecho de la historia nacional, en la que circulan
—o salen de circulación— los sujetos históricos a merced de la
ideología, y no de metodologías y corrientes historiográficas
profesionales. Ejemplo de esto es que los únicos personajes del período
republicano dignos de merecer una placa en la tribuna, sean aquellos
relacionados con las luchas revolucionarias.

El espacio y la identidad

Los espacios públicos son lugares donde el individuo vive y convive, por
lo tanto, donde se construye su identidad. La convivencia en el espacio,
y con éste, hace que se originen sentimientos, que nazca una relación
afectiva, un sentimiento de apego a determinado lugar, a partir de las
experiencias y las memorias de lo vivido.

La tribuna antiimperialista no es, ni mucho menos, un espacio que brinde
elementos para una identidad antiimperialista, aun cuando su propósito
podría serlo. Por el contrario, son justamente los sobrenombres que los
ciudadanos comunes le han dado a la tribuna, el reflejo de esa parte de
la identidad del cubano que se relaciona más con el aburrimiento y el
hartazgo: "Protestódromo" o "Gritódromo".

En tanto la tribuna antiimperialista es un espacio inventado, fabricado
e invadido por la ideología, no se presta para la convivencia diaria. A
cualquier hora del día y la noche, siempre está vacío, aun cuando en
términos de espacio físico se preste para usarlo como lugar de reunión.
Sin embargo, sucede lo contrario: ya ha sido ocupado por los elementos
simbólicos antes descritos y por la ideología, aun cuando luzca vacío.
El sentimiento de vacío, contradictoriamente, se mezcla aquí con la
sensación de ser aplastado por el lugar mismo, sobre todo por las
noches, cuando más obvias son las poderosas luces con las que fue equipado.

Por si esto fuera poco, detrás de la tribuna se encuentra el Bosque de
las Banderas y, metros después, la Oficina de Intereses, con su
correspondiente valla con mensajes luminosos, los que no alcanzan a ser
cubiertos en su totalidad por el lamentable escenario de negras enseñas.
La lectura de los mensajes se dificulta más aún, porque no es posible
detenerse, ni un instante, en el tramo del Malecón que va del mencionado
Bosque hasta la Oficina de Intereses, ya que una fuerte presencia
policíaca nos recuerda inmediatamente, a silbatazos, la obligación de
avanzar.

La tribuna antiimperialista, incluso siendo un lugar público, no es un
espacio abierto, ya que la gente no puede acceder. Quizá la única
relación que mantiene el ciudadano con este lugar, sea la del rechazo o
la indiferencia.

De estos dos últimos sentimientos podemos inferir que en la relación
identidad-espacio, el cubano de los últimos años ha ido reconstruyendo
la primera sobre la base de valores que no necesariamente provienen de
los discursos del Estado (en este caso, el antiimperialismo y la "lucha
contra el enemigo"), sino en relación con otros espacios públicos en los
que sí hay lugar para la alteridad, en mayor o menor medida. Son los
casos del parque de 23 y G, o Avenida de los Presidentes, lugar donde se
reúnen los frikies, o el pequeño tramo del Malecón (que va de la calle
23 a la 25, aproximadamente), que ha sido conquistado por los homosexuales.

Si bien los espacios públicos en Cuba han sido ocupados por la
ideología, en los últimos años se observa que el mercado y la economía
los ha ido transformando, pues cada vez hay más cafés al aire libre,
mercados de artesanías y lugares como el Barrio Chino, en los que rigen
las leyes del mercado antes que las de la ideología.

La sabiduría popular no ha dejado de advertir estos cambios en los
espacios públicos, pues —como dicen en la calle— si antes se
transformaron los cuarteles en escuelas, ahora las escuelas se
convierten en hoteles. Es en estos nuevos espacios públicos donde el
cubano va nutriendo y enriqueciendo su identidad, aun cuando no siempre
tenga los medios para acceder a ellos.

La tribuna antiimperialista clasifica entonces entre los recursos
simbólicos de antaño, pues dado que son los valores simbólicos del
cubano de a pie los que se han transformado, no es un auténtico espacio
para la conformación de identidades nacionales o antiimperialistas.

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