10/29/2007
Discurso de Bush en la tumba de Castro
Fidel Castro se muere y pretende dejar a Hugo Chávez de sustituto. (Archivo / AP)
El presidente Bush convocó a medio mundo al Departamento de Estado. Quería dar a conocer una importante declaración a los cubanos de la isla.
CARLOS ALBERTO MONTANER / PERIODISTA Y ESCRITOR
El presidente Bush convocó a medio mundo al Departamento de Estado. Quería dar a conocer una importante declaración a los cubanos de la isla. La ceremonia, oficiada el pasado 24 de octubre, tenía algo de urgencia. Lo rodeaban la secretaria Condoleezza Rice, el senador Mel Martínez, los congresistas cubanoamericanos y otros funcionarios notables. No era un mensaje electoral dirigido a los votantes de la Florida. Ésos se hacen en guayabera y en tono mitinero. Era otra cosa mucho más seria.
Bush les estaba hablando a todos los cubanos, pero muy especialmente a la cúpula dirigente. Los norteamericanos tienen una información vital y precisa: la inmensa mayoría del aparato de poder quiere cambios profundos. Circulan cien informes sobre las discusiones desatadas en Cuba para examinar los problemas que afectan al país y los resultados son casi unánimes: prácticamente nadie quiere mantener el régimen actual. Comienzan, tímidamente, por reclamar cambios económicos y no tardan en pedir cambios políticos y libertades individuales.
Lógico. ¿Cómo creer en las virtudes del partido único y del colectivismo tras medio siglo de fracasos y miseria? Una inmensa mayoría del país quiere la restauración de los derechos de propiedad, la democracia y el pluralismo. Entre los intelectuales, artistas y estudiantes es un clamor casi unánime. El único convencido de las virtudes del comunismo es Fidel Castro y su muerte, precedida por la demencia senil, no debe estar muy distante. Ni siquiera Raúl, que fue comunista antes que Fidel, cree ya en esas supercherías.
Por eso Bush no lo mencionó en su discurso. Quería dejar abiertas todas las opciones. Por eso se dirigió a las Fuerzas Armadas y a los cuerpos de seguridad. Quienes recojan los deseos de la sociedad e inicien o faciliten la transición hacia la democracia tendrán todo el apoyo de Estados Unidos. Existe vida más allá del comunismo.
Hay otro elemento clave en el discurso de Bush. Prefiere la libertad a la estabilidad. Lo ha dicho claramente. No admite el cínico argumento (defendido por algunos militares norteamericanos) de que es preferible una tiranía que mantenga la calma en la Isla, para evitar el éxodo masivo de los cubanos, antes que correr el riesgo de una transición hacia la democracia que podría ser turbulenta. Eso se llama aprender de la historia.
Durante todo el siglo XX Estados Unidos pactó con dictaduras repugnantes en busca de estabilidad y le salió mal. En ese bastardo razonamiento descansaban los censurables lazos con Somoza, Trujillo, Batista o Pinochet. La izquierda condenaba a Washington por esa postura. Ahora Bush se coloca en el lado ético del conflicto frente a la dictadura de Castro, y la izquierda, que no tiene conciencia de sus propias contradicciones, ni de su falta de valores democráticos, sigue condenándolo.
Bush y sus asesores, en cambio, se dan cuenta de que los intereses de Estados Unidos sólo pueden garantizarse si se instaura en Cuba un régimen democrático dotado de un sistema económico eficiente. La prolongación de la dictadura, aunque sea una imitación del modelo chino, sólo aplaza el problema, no lo resuelve. Es preferible un país sacudido por el cambio tumultuoso, como sucedió en Europa del Este, que lo ocurrido en Rusia, donde no hubo conflictos populares, pero acabó instalado en el Kremlin una mezcla antiamericana de mafiosos y policías. Lo que le conviene a Estados Unidos es que la Cuba futura se parezca a la República Checa o a Hungría y no a Rusia o a China. Afortunadamente, es lo mismo que quisieran casi todos los cubanos.
¿Cómo se financia esa Cuba durante el cambio? Bush también lo ha descrito: Washington creará un fondo internacional para esos fines. Llegada la hora, no faltarán los fondos, los asesoramientos y los respaldos. La idea la aportó hace dos años en la Universidad de Princeton el ex presidente uruguayo Luis Alberto Lacalle y hasta le puso un nombre: Fondo José Martí. De ahí la recogió FAES, un “think-tank” presidido por José María Aznar y la incorporó en un documento llamado “América Latina: una agenda de libertad”, coordinado por el diputado Miguel Ángel Cortés. Luego, de la mano de Aznar, la idea entró en la Casa Blanca. Los cubanos no tendrán graves obstáculos económicos para transformar la dictadura en una democracia y pasar del colectivismo al mercado y la propiedad privada.
Esa parte del mensaje es muy importante. Fidel Castro se muere, pero pretende legarles a los cubanos como herencia a un caudillo sustituto: el señor Hugo Chávez. Y la manera de persuadirlos para que lo acepten es no dejarles opción: o admiten la jefatura de Chávez con sus petrodólares y sus subsidios multimillonarios en torno a tres mil millones anuales o se mueren de hambre. Pero se acabó ese chantaje: ya hay cómo salir del abismo en que nos dejará el Comandante. Hugo Chávez, que es una persona particularmente detestada por los cubanos, podrá largarse a otro sitio a vocear su delirante socialismo del siglo XXI. Los cubanos vivieron intensamente el del XX y quedaron escarmentados para siempre.
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