10/01/2007

El péndulo
Alejandro Tur Valladares, Jagua Press

CIENFUEGOS, Cuba - octubre (www.cubanet.org) - En una novela de ficción
leída hace ya tiempo, se narraban las experiencias de un pueblo que
vivía sometido a una terrible dictadura. La nación era timoneada por un
gobernante cuyo apego al poder era tan exagerado que lo llevó a idear un
artilugio para engañar a los súbditos y seguir ejerciéndolo aún
después de la muerte.

El tirano mandó a construir una máquina movida por un péndulo de
movimiento perpetuo. El aparato tenía una abertura por donde los funcionarios
debían introducir las preguntas que querían dirigir al monarca, cuyas
respuestas se obtenían por el mismo orificio.

El engendro mecánico sólo podía responder si o no y la naturaleza de la
respuesta se correspondía con lo caprichos del azar, o si lo
prefieren, según las oscilaciones del péndulo.

Para hacer creer que las respuestas provenían de él mismo, el soberano
ordenó construir una torre donde se introdujo con el invento, y ordenó
que fuera sellada la entrada. Desde ese momento nadie volvió a saber
del rey, lo que no impidió que se siguiera consultando a aquella suerte
de oráculo y que la vida de la nación siguiera su curso sin el más leve
asomo de desestabilización.

Siglos pasaron y cada nueva generación nacía, crecía y moría con la
convicción de que el viejo déspota era eterno. Fue necesaria una rebelión
promovida desde el exterior para que se echara abajo la puerta de la
torre y se descubriera que todo ese tiempo habían sido dirigidos por
gobiernos acéfalos.

Tengo ante mis ojos la nueva reflexión de Fidel Castro, publicada en
los diarios Granma y Juventud Rebelde, y mientras repaso su contenido
puedo dejar de pensar en el gobernante de la obra literaria y en su afán
de prolongar su influencia más allá de la muerte.

Estas periódicas reflexiones, atribuidas al viejo guerrillero, tienen
su analogía con el péndulo, pues buscan garantizar la permanencia del
autor entre nosotros.

Nadie puede garantizar que Castro esté vivo, y nada de extraño tendría
que la noticia de su defunción sea conocida por el pueblo mucho tiempo
después de ocurrida. Ejemplos hay en la historia que demuestran la
viabilidad de esta estratagema, encaminada a preservar el status que sólo
puede ser garantizado con la permanencia del caudillo.

Basta con releer las reflexiones para darse cuenta lo intrascendente
que resultan en su mayoría, lo que nos lleva a la conclusión de que lo
único que justifica su permanencia en la primera plana de los diarios
nacionales es que sirven de herramienta para hacerle creer a amigos y
enemigos que todavía hay Castro para rato.

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